lunes, 29 de junio de 2015

Armando Durán: ¿Elecciones libres o simulacro electoral?

Primero fue el largo y provocador silencio de Tibisay Lucena sobre la fecha de las elecciones parlamentarias, infantil recurso de no nombrar siquiera lo que se desea eludir a toda costa, a ver si así se logra. De ahí el más que razonable temor a que no habría elecciones y la creciente presión desde dentro y fuera de Venezuela para obligar al régimen a fijar al menos el día exacto de su ingrato y crucial encuentro con la secreta voluntad de los venezolanos. Para iniciar entonces el intrincado tránsito hacia la restauración de la democracia o para hundirnos, ya sin disimulos posibles ni remedios a la vista, en una dictadura tan sombría como la de Cuba.  
En su complejo pulso con el régimen, la oposición exigía una fecha, que ya se tiene, pero también requería que representantes de la OEA y la Unión Europea vinieran a Venezuela como garantía, antes, durante y después del acto de votar, de la transparencia del proceso. Una ilusión a partir de este instante sin asidero en la realidad, pues Lucena, tras anunciar la fecha de los comicios, advirtió que en esta oportunidad tampoco tendremos esa imprescindible observación internacional, sino el simple “acompañamiento”, es decir, la presencia, distante y sin autorización para escudriñar en nada, de un grupito ocasional de amigos, seleccionados a dedo por la cúpula de Unasur.
El significado ominoso de este aviso no le ha bastado a Nicolás Maduro. Inquieto en extremo porque todas las encuestas registran más allá de cualquier duda la notable pérdida de popularidad del chavismo y el rechazo abrumador que hoy por hoy genera su pobre desempeño presidencial, reveló en cadena de radio y televisión lo poco de verdad que oculta en su alma. “Si la oposición ganara la Asamblea Nacional –amenazó, ya sin pudor político alguno– el 27 de febrero quedaría corto, pequeño, sería un niño de pecho, porque el pueblo no se va a entregar y va a luchar en la calle y (yo) sería el primero en lanzarme a la calle con el pueblo”.

En otras palabras, para Maduro existe, por una parte, la probabilidad de un triunfo sólido de la “derecha”; por la otra, que a pesar de que todavía flota en el aire su propuesta pública a la oposición de firmar conjuntamente el compromiso de reconocer desde ahora el resultado electoral sea cual fuese, él tiene la determinación de no respetarlo en absoluto, con la inadmisible excusa de que “el pueblo no se va a dejar quitar la revolución”. En realidad, que en el caso de que ese pueblo se deje, ellos no están dispuestos a ceder el poder político por las buenas. O sea, que el régimen gana las elecciones, o las gana. A cualquier precio.
Es pronto para apreciar con precisión las consecuencias que tendrán en el seno de las fuerzas opositoras las declaraciones de Lucena, la amenaza dictatorial de Maduro y las normas con que de aquí a diciembre el CNE irá deformando aún más las condiciones electorales, como esta imprevista paridad de género que acaban de aprobar. Sí puede sostenerse que Venezuela se halla ante una encrucijada dramática, porque están dadas las circunstancias, no solo para que la oposición gane las elecciones, sino que lo haga con mayoría suficiente para imprimirle a la acción legislativa una dinámica irresistible de cambio a fondo del actual sistema de gobierno. Entretanto, Maduro ha expresado, con claridad insultante, que el régimen, despojado al fin de su disfraz democrático, no aceptará esa victoria. O sea, que mírese como se quiera, el régimen ha puesto sus cartas finales sobre la mesa. Con todas sus evidentes consecuencias. La oposición tiene ahora la palabra.

Armando Durán
¿Elecciones libres o simulacro electoral?
El Nacional. Caracas, 29 de junio de 2015