sábado, 30 de mayo de 2015

José Domingo Blanco Mingo: ¿Chávez vive? Maduro tampoco

Y sigue el descontento en aumento. Pero el del pueblo chavista que, insisto, no está satisfecho con la gestión –y el desastre– de Nicolás. No les gusta Maduro y ya no se lo callan. Ni lo defienden, ni lo apoyan como antes. Incluso, no se eximen de poner en duda la última voluntad del difunto. Tampoco entienden por qué les pidió votar por alguien que, ni remotamente, se parece a su “comandante eterno”. Es tanto el desencanto del soberano “rojo-rojito” que los aferrados al poder ya no saben qué inventar para prolongar la estadía en sus cargos, esas posiciones de las que han sacado tantas prebendas y les han permitido una vida de lujos y despilfarro. La tarea no está fácil porque no lograrán convencer al pueblo “rojo-rojito”–ese que pasa horas en colas para comprar un pollo o un kilo de harina de maíz– de que la cúpula del desgobierno vive del sueldito quince y último que les paga el Estado. Es que ni usando como estrategia de campaña afiches con las fotos de Cilia o Nicolás frente a Mercal o el Abasto Bicentenario, haciendo su cola kilométrica para comprar un kilo de café o un paquete de pañales –según el último número de la cédula– lograrán bajar los niveles de “calentera” que siente ese pueblo que creyó en Chávez y, por retruque, en Maduro. Porque el pueblo mesmo jamás se encontrará a los secuaces del gobierno en la morgue reclamando al familiar que les mató el hampa, ni tampoco peregrinando de un hospital a otro para ser curados de sus dolencias, ni padeciendo la escasez, ni asfixiados por la inflación. Porque la gente que está enquistada en el desgobierno no tiene ni ganas ni intenciones de abandonar sus curules ni sus posiciones de poder para darle paso a la generación de relevo. Los enquistados quieren seguir gobernando, no para beneficio del pueblo, sino propio.
El soberano rojo-rojito, ese que ¿amó? a Chávez, no está contento. Y sus quejas son cada vez más parecidas a las de aquellos que están en el bando de la oposición. La contrariedad les aumenta en la misma proporción en la que pierden libertades y calidad de vida. El círculo de deterioro aumenta metiendo en ese diámetro a quienes creyeron en esta revolución. Las divisiones y las fracturas en el chavismo son públicas y notorias, aunque se empeñen en disfrazarlas. Este parapeto no tiene esqueleto y amenaza con desplomarse. Y ellos, los que hoy ostentan el poder, saben de la amenaza y del riesgo que supone perder popularidad o unas próximas elecciones. Lo que está en juego es mucho más que la “buena vida” lograda de una manera cómoda –por no decir corrupta–. Entonces, un escenario donde el pueblo rojo-rojito, ese que amó a Chávez, no los apoye, es algo que los tiene asustados. Al lujo, al confort y la abundancia se acostumbra hasta el ñángara más radical. Incluso esos dirigentes –hoy bastiones de esta revolución– que antes vivían en Artigas o andaban en autobús, y que hoy la riqueza les brota por los poros, y no se preocupan en ocultar. Que se les cierre el maná y que tengan que viajar menos al extranjero, o ya no tengan tanto acceso a los dólares preferenciales, o que tengan que reducir la cantidad de guardaespaldas, o desprenderse de uno de sus carros de lujo, o llevar a la mitad el clóset con ropa de marca, los debe tener preocupados. Porque el pueblo chavista está que arde, de a tirito, de a toque. Y cada vez cuesta más arriarlo a los actos, a las concentraciones e incluso a las mesas de votaciones.
Los chavistas, esos que siguieron al difunto presidente, ya no están tan dóciles. Tampoco quieren seguir viendo las mismas caras rotando de un ministerio a otro. O empotrados en una curul. Ya los conocen porque han tenido 16 años para demostrar sus fracasos. El desgobierno y su cúpula son conscientes de la pérdida de popularidad y seguidores. Por eso, las divisiones. Por eso, los enfrentamientos. Por eso, el desespero. Por eso, los reclamos. Por eso, el nerviosismo… por eso: rodarán cabezas y se fracturarán lealtades. Saben que tendrán que sacar la maquinaria pesada para remontar los números y salir victoriosos en las parlamentarias –si acaso llegan a realizarse, aun cuando sigan insistiendo mis dateros en que serán en diciembre–. Por eso, en pocos días volveremos a oír el jingle pegajoso y emotivo. Desempolvarán los discursos de Chávez. Se aferrarán a él como última salida. Por eso, de nuevo, tapizarán a Venezuela de corazones: para recordarle a los chavistas que están a punto de desertar, que Chávez es el “Corazón del pueblo”.

Pero ni con eso lograrán aplacar las cada vez más frecuentes manifestaciones de rechazo de sectores que en algún momento fueron partidarios del oficialismo. Aumenta el número de chavistas que está migrando a los grupos surgidos del divorcio o las rupturas –irreconciliables– con el PSUV. El pueblo rojo rojito ya no comulga con la misma devoción con las acciones de sus dirigentes y está perdiendo la fe en la misma medida en la que pierden poder adquisitivo.
El desgaste de los actores políticos del chavismo es evidente, y así lo sienten quienes ven a Maduro y su combo como los únicos responsables del viraje –o la caída en picada– que sufre la revolución. Sin duda, hay todavía quienes verán en Chávez al pater familia que los sacó del abandono y los hizo visibles. Para otros, para quienes nos opondremos siempre a este modelo comunista y antidemocrático, el difunto comandante no será más que un histrión megalómano que supo movilizar a las masas a su antojo, para consolidar en nuestro país un modelo fracasado, que nos hunde en la miseria. Esa, por siempre, será la gloria y la condena del chavismo. Y los que un día fueron rojos-rojitos verán a Nicolás como la terrible consecuencia de una gestión que está a punto de hacer implosión.

José Domingo Blanco Mingo
¿Chávez vive? Maduro tampoco
El Nacional. Caracas, 30 de mayo de 2015