Las confusiones en los gobernantes desesperados son comunes. La historia nos tiene muchos ejemplos. No es de extrañar en lo más mínimo que Nicolás Maduro y su grupo íntimo estén acusando nuevamente a Estados Unidos por lo de las sanciones del Senado de ese país. Confunden a los ricos chavistas y boliburgueses multimillonarios con Venezuela. Lo que ha perseguido el Senado estadounidense no es atacar a Venezuela como país sino a determinadas personas violadoras de derechos humanos, un clamor que compartimos muchos. Es algo diferente a lo que Venezuela y sus aliados hicieron en la OEA en julio de 2009 suspendiendo a Honduras de la organización, lo que motivó al cabo de dos años de esa acción que fuera el pueblo hondureño quien sufriera los efectos de las sanciones expuestas. Lo que pretendieron hacer con Paraguay en 2012 y no pudieron lograr. Algo muy diferente de lo que pasa hoy.
Cuando el militar Manuel Antonio Noriega dejó de estar bajo el paraguas protector de Estados Unidos, a quien a través de sus servicios a la CIA (que de repente también prestaron algunos insignes chavistas) estuvo ligado al imperio, su discurso cambió. Ya no era el amigo incondicional de los gringos sino su atacante y crítico; los cuestionamientos a su tiranía equivalían a ataques a Patria. Ni Noriega era Panamá, como tampoco Maduro es Venezuela. Nuestras patrias son permanentes; sus gobernantes, buenos o malos, sólo accidentes pasajeros.
Todos saben que en Venezuela se violan permanentemente los derechos humanos. Por eso Venezuela impide desde hace más de diez años visitas in situ de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos porque no quiere que nadie documente las violaciones. Por eso Chávez se salió de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, impidiendo así que se conozcan en esa instancia judicial interamericana violaciones en su territorio. Para nadie es un secreto que cada día la llama de la libertad de expresión va extinguiéndose con la desaparición de la independencia de muchos medios de comunicación social. Para nadie es desconocido que el régimen, a través de los llamados colectivos, fomenta la violencia como política de Estado. Cada día se demuestra más al mundo la gran tragedia que se desarrolla dentro de las cárceles venezolanas. En fin, las sanciones estadounidenses, solo le han puesto el cascabel al gato a algo que toda América conoce, pero que por conveniencia, hipocresía, intereses económicos o cobardía simplemente ignoran.
Lo que ha hecho el Senado, bajo el patrocinio del senador Marco Rubio, es simplemente castigar a aquellos que constantemente se dan golpes de pecho acusando de imperialista a Estados Unidos, pero que ellos y sus familias han desarrollado una obsesión por ir de compras a las lujosas tiendas de Miami y Nueva York, que les encanta tener depositados todo lo que se han robado en bancos estadounidenses porque son los primeros que desconfían de sus bancos, tienen lujosos caballos de carrera y ostentan los beneficios del imperio que tanto aborrecen. Es solo a esos los que se está castigando por violar los derechos humanos de su país, no al pueblo venezolano. De ese castigo se ha encargado el propio Nicolás Maduro con el estado caótico en que ha convertido a su país.
No hay que confundir el agua con el aceite y menos peras con manzanas. Es plausible que por lo menos haya un país americano que se atreva a cuestionar lo que ocurre en Venezuela. Por alguno se tenía que comenzar antes de que Venezuela termine de desaparecer como nación libre y soberana.
Guillermo Cochez
Nicolás Maduro y Manuel Noriega se parecen
El Nacional. Caracas, 17 de diciembre de 2014