sábado, 20 de diciembre de 2014

Fausto Masó: La ilusión cubana

Los recientes acuerdos entre Cuba y Estados Unidos se volvieron inevitables cuando los cubanos supieron que Venezuela no continuaría regalándole petróleo a la isla.
Estos acuerdos no traerán la prosperidad a la isla, como ingenuamente creen muchos cubanos. Mucho peor que el supuesto embargo ha sido, y seguirá siendo, la falta de dólares  que no aparecerán si no hay un cambio fundamental en la economía cubana, se abandona la propiedad estatal, cosa que no ocurrirá. A su vez, la crisis en Venezuela no la provoca la maldad de los Estados Unidos sino la incapacidad de aumentar la producción petrolera y el no haber aprovechado las vacas gordas para ahorrar como hicieron los países árabes. Por su parte Cuba ya no produce ni azúcar ni alimentos y el turismo, pobremente desarrollado, no rinde los frutos que en la vecina Aruba.
Sin producir un barril adicional Chávez proclamaba que contaba con las reservas mayores del mundo, mientras que los Estados Unidos aumentaban su producción gracias a desarrollar nuevos sistemas de extracción.
El famoso embargo de los Estados Unidos fue la respuesta a la alianza de Fidel Castro con Rusia y a su respaldo a los movimientos guerrilleros.
En el siglo pasado, ¡hace 60 años!,  Castro irrumpió con la muerte de la mano; astutamente le quitó el sabor amargo con el  abrumador ¡venceremos! Pedía  mirarla a los ojos; lo hizo, lo hicieron, lo hicimos. Fue tan, o más conocido que Ho Chi Minh. Dirigió la revolución en una isla del Caribe, no en el país mayor del mundo; no inventó como Lenin un modelo de partido cuya organización imitarían en todas partes; ni tampoco escribió memorables cartas y documentos desde la prisión como Gramsci, hasta su teoría del foquismo no era suya, la inventó Regis Debray. Castro no alcanzó triunfos militares en África y Latinoamérica, ni al sistema cubano lo imitaron en otros países. Ganó fama por haber asociado socialismo y muerte, volverse un personaje sensacional en el tiempo que llegaba la televisión, hacer de La Habana la capital de la  revolución mundial y  librar a la izquierda del aburrimiento de leer Materialismo y empiriocriticismo, o algo peor, a Althusser. Castro jamás dijo “morir de viejo o socialismo, lo que parece su destino porque no morirá heroicamente como Allende, sino lo matará la ancianidad.
Marx habría condenado la fe en el heroísmo como lo que es, una ideología pequeño burguesa, pero en los tiempos que el marxismo estaba en manos de profesores universitarios, burócratas y políticos cansados, Castro entusiasmó al mundo.
Aunque derrotaron a las guerrillas en el Congo,  Bolivia, Salvador, Guatemala, Venezuela, Argentina, La Habana se volvió la Meca de la revolución, a donde  acudieron en peregrinación artistas, escritores, revolucionarios y vagos. Se inventó el boom de la novela latinoamericana.
Armados con fusiles y pistolitas aguardaron los cubanos en el malecón de La Habana el ataque con bombas de napalm del ejército más poderoso del mundo: los bárbaros no llegaron y ellos quedaron petrificados como los habitantes de Pompeya después de la erupción del Vesubio, apuntando a un mar vacío. Querían morir como héroes, sobrevivieron como una cantante de ópera que lanzase medio siglo un do agudo, hasta que el teatro quedó vacío o como ahora que desde Estados Unidos llegarán turistas. Al final los cubanos se dedicaron a cazar del dólar. ¿Qué otra cosa les quedaba después del fin de la URSS?
Hasta Castro solo invocaban la muerte pequeños grupos de derecha. Con sus uniformes negros, una carabela en la gorra, respondían a los discursos de la izquierda con un disparo: enviaban al cementerio a los que se jactaban de tener la historia en el bolsillo de la camisa. Con un “Viva la muerte” el general franquista Millán Astray, contestó al admirable “venceréis pero no convenceréis” de Miguel Unamuno. A continuación, los malos ganaron la Guerra Civil Española.
El fin posible del embargo colocará al castrismo frente a la realidad, ¿a quién echarle la culpa del deterioro económico? No vendrán millones de  turistas a la isla, porque no cuenta con los atractivos y la organización de la pequeña Aruba, y presenta una sociedad poco atractiva, donde el visitante no encuentra nada que comprar. Como dice un visitante “pedí un mojito en la Bodeguita del Medio y me dijeron que no había limón ni hierbabuena por culpa del embargo. Así me ocurría en todas partes”
El castrismo simboliza el rechazo a Estados Unidos de palpar el alma de los latinoamericanos, cosa que el continente está superando porque ha reconocido que nuestras crisis dependen de causas internas, no de la maldad del imperialismo. Chile y ahora Uruguay y en parte Colombia han manejado exitosamente sus economías sin la obsesión del antiimperialismo.
Aunque terminara el embargo en Cuba continuará la escasez y la miseria.
¿Nicolás Maduro sabía que se aproximaba ese acercamiento? Ha hecho el ridículo, lo han dejado solo.
 
Fausto Masó
La ilusión cubana
El Nacional. Caracas, 20 de diciembre de 2014