Escribo poco después de haberme enterado del asesinato de Robert Serra. No lo conocí personalmente y debo confesar que no me caía nada bien. Pero su muerte me parece una tragedia, como todas las muertes violentas que están ocurriendo en Venezuela. Era todavía un muchacho, quien se había destacado en el campo político y representaba un sector de la juventud. Ahora pasa a ser uno más en la estadística de las víctimas de la violencia, en este país nuestro, convertido en el más peligroso del mundo.
Como siempre, cuando hay una noticia importante, me fui a Twitter para enterarme de las reacciones de la gente. Al leer varios mensajes, mi pesar se convirtió en indignación. Me conseguí, por parte de los chavistas con acusaciones sin ninguna prueba o fundamento, señalando a la oposición como culpable de los hechos. Me llamó la atención una señora, quien ocupa un puesto destacado en la Asamblea Nacional, lanzando de manera irresponsable las peores acusaciones. Pero aún más condenables, me parecieron ciertos mensajes de supuestos opositores. Perdiendo toda decencia, algunos se dedicaron a hacer chistes sobre Serra, asegurando que ese era el destino que se merecía.
Todo esto me deja un sabor muy amargo. El país no solo está sumido en la violencia de los asesinos, sino que está también envenenado por un odio que va a dificultar que algún día superemos esta pesadilla. No hay diferencia entre los fanáticos de ambos lados. Más aún, diera la impresión que quienes se alegran de las tragedias ajenas, solo están esperando una oportunidad para cometer los mismos abusos que los actuales gobernantes. Esos seres llenos de odio no ocupan puestos relevantes en la oposición. Pertenecen a un extraño submundo, que ataca de la misma manera al gobierno y a todos los que, desde la oposición, tratan de hacer algo constructivo.
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Maruja Tarre
Otra muerte
El Universal. Caracas, 3 de octubre de 2014