Según Nicolás Maduro, la caída de los precios del petróleo no afectará la economía venezolana. Una afirmación, por supuesto, falsa e irresponsable. Sin aparato productivo nacional, con una economía a la fuerza importadora pero sujeta a un riguroso y discrecional control de cambios, y teniendo en cuenta que más de 95% de las divisas proceden de las ventas de petróleo, ¿cómo puede justificar Maduro, máximo gestor de lo que ocurre y ocurra en Venezuela, que la caída de los precios del petróleo no tiene la menor importancia?
A este disparate intencional debemos añadirle el impacto del consumo interno de combustibles, prácticamente regalado. Mientras 2 más 2 sean 4, Maduro podrá invocar al comandante eterno, a la patria y hasta cantar misa, pero no podrá impedir la debacle económica y social, cuya inminencia se nota con crudeza en la aceleración desenfrenada de la inflación y la escasez.
En el marco de esta crisis sin precedentes, Maduro ha vuelto a echarle mano a la conspiración de propios (los dirigentes políticos de oposición que se niegan a bailar al son que tocan en Miraflores) y extraños (Álvaro Uribe al frente de sus paramilitares, la CIA y el exilio multimillonario y apátrida) para explicar las protestas de calle, la inseguridad y ahora, tras la arrebatada rueda de prensa del miércoles pasado, para acusar a sus adversarios no complacientes de los asesinatos de Eliézer Otaiza y Robert Serra. Violencia y crimen a los que el presidente les fijó un móvil exclusivamente político, sin pruebas, mediante una inescrupulosa manipulación de la verdad y la usurpación de funciones que la Constitución y las leyes reservan expresamente al Poder Judicial.
Se trata de dos derrotas políticas que tienen una repercusión directa en la conciencia y el corazón de quienes más sufren este gran desastre nacional, así sean chavistas. Peor aún porque suceden en vísperas de elecciones, parlamentarias o para aprobar o negar la convocatoria de una asamblea nacional constituyente, victorias hoy por hoy imposibles para el oficialismo si acude a ellas en igualdad de condiciones. Un peligro que a todas luces se hace certeza en proporción directa al desmantelamiento sistemático de Venezuela como nación.
Resulta natural, pues, que la oposición soñara y sueñe con una victoria electoral en 2015, preámbulo posible de una eventual victoria en las presidenciales de 2019. Por eso la MUD acudió con un cierto entusiasmo al diálogo convocado a comienzos de año por Miraflores, pero puso una doble condición para continuarlo: la libertad de los presos políticos y la renovación de los tres directores con plazos vencidos del CNE, el gran obstáculo fáctico para competir, incluso, contra la actual fuerza electoral del PSUV, menguante y desorientada. El gobierno negó ambas solicitudes opositoras con terquedad totalitaria y la MUD abandonó el diálogo. La semana pasada, sin embargo, recurriendo a un pretexto banal, su representación parlamentaria aprobó la designación de un Comité de Postulaciones para el CNE abiertamente parcializado. Es decir, aceptó incorporarse a los venideros juegos electorales, así sean con un árbitro tramposo, al servicio incondicional de Miraflores. Con lo cual se le concede a Maduro no solo el privilegio de garantizar vía electoral su permanencia en el poder, sino el muy absoluto privilegio de quedarse con todo. A no ser que la MUD reconozca muy pronto su papel de cabeza de una oposición que al fin haga oposición, o hasta que la indignación de los ciudadanos se convierta en indignación contra el gobierno y también contra la oposición. Solo para mayor gloria de Satanás.
Armando Durán
¿Se queda Maduro con todo o con nada?
El Nacional. Caracas, 20 de octubre de 2014