En las horas finales de la semana pasada circularon rumores de que muy pronto Nicolás Maduro, mediante la última Ley Habilitante, comenzará a aplicar a retazos medidas como el aumento de la gasolina, la liberación parcial de los precios, la progresiva devaluación del bolívar y la venta de Citgo al mejor postor.
El primer paso tras un largo período de indefiniciones se dio hace un par de semanas con la decisión de devolverle a Pdvsa su relativa independencia funcional, al despojar a Rafael Ramírez de su control personal de la industria petrolera y devolverle en cambio al BCV el manejo de todos sus ingresos en divisas. ¿Dejó así de ser Pdvsa la caja chica del gobierno? Mientras tanto, a esta duda elemental debemos añadir la promesa presidencial de pagar puntualmente hasta el último centavo de los miles de millones de dólares en bonos soberanos y de Pdvsa con vencimientos el próximo mes de octubre. ¿Su finalidad? A todas luces, calmar las turbulencias generadas por el temor de los mercados a que Venezuela no pudiera cumplir a tan corto plazo sus compromisos financieros internacionales. Como si los asesores cubanos y franceses de Maduro hubieran logrado hacerle comprender en este tramo agobiante de su gobierno el significado exacto de la sentencia formulada hace años por Felipe González sobre la relación desigual que existe entre el mercado y la democracia, así sea esta, añadiría yo, una simple simulación política: “Puede haber mercado sin democracia, pero no democracia sin mercado”.
Venezuela y el mundo democrático han seguido con desconcierto creciente las idas y venidas de Maduro desde la defenestración de Jorge Giordani y el aparente abandono de su anacrónica visión estalinista de la economía política. Un tira y afloja que culminó hace un par de semanas con lo que parecía ser un nuevo triunfo del pensamiento más radical, solo sostenido sobre la lealtad ciega del ministro del Interior y del nuevo vicepresidente económico, el general Marcos Torres. ¿Es sobre esta militarización de la represión y la economía que Maduro se propone seguir adelante? ¿O solo nos hallamos ante otra muestra de esa incertidumbre que marca indeleblemente cualquier intento psicoanalítico por descifrar los entresijos de una mentalidad alienada por el dogmatismo de eso que alguna vez se llamó socialismo real? Sí podemos afirmar que, en esta inescrutable encrucijada, la ausencia casi general de medios de comunicación libres y el eclipse total de instituciones con suficientes mecanismos independientes de inspección impregnan de opacidad nuestra capacidad para discernir las posibles intenciones oficiales sobre cualquier materia.
Desde esta perspectiva, resulta imposible presuponer qué se propone hacer Maduro en el futuro más inmediato. Su satisfacción por lo que él califica como “programa económico exitoso” de su gobierno no ilumina en absoluto las tinieblas actuales, sino todo lo contrario. Y nos plantea, en este complejo momento estratégico, una incógnita amenazante. ¿Cuánto tiempo más soportará la olla nacional un gramo adicional de presión sin estallar? Para nadie es un secreto que las dificultades económicas no producen cambios de régimen, pero la crisis actual de Venezuela ya ha trascendido la esfera de lo económico. Día a día, entre la inseguridad, la escasez de alimentos y medicinas, la inflación sin freno, la crisis de ayer se ha hecho desesperación. Un dato que recoge la última encuesta del IVAD, al señalar que casi 70% de los venezolanos no cree que Maduro y su gobierno puedan resolver los problemas del país.
Armando Durán
¿Se le acaba el tiempo a Maduro?
El Nacional. Caracas, 15 de septiembre de 2014