En fiel cumplimiento de su hábito de coger el rábano por las hojas el gobierno ha decretado "la guerra a las colas", en este caso en los supermercados, anunciando severas sanciones contra aquellos establecimientos donde no funcione la totalidad de las cajas registradoras. La medida, por cosmética, no resolverá el problema porque una vez más, (no sabemos si por incapacidad manifiesta o simplemente para transmitir la sensación de que está defendiendo al comprador) la burocracia en el poder se concentra en atacar las consecuencias antes que las causas del problema. De manera que se pretende aliviar un problema de fondo, como la escasez de alimentos, producto de la parálisis del aparato productivo nacional, con una decisión absurda, que daría risa de no estar de por medio la burla al consumidor.
Es lo mismo que está ocurriendo con el cierre de las fronteras, cuyo supuesto objetivo es el de evitar el contrabando, cuando la fuga de alimentos, gasolina e insumos de toda clase, (la inmensa mayoría de los cuales son importados) obedece a un modelo económico desfasado de una realidad aceptada y transitada por todos los países de la región, menos por Venezuela. Otro caso es el de la venta de Citgo, con la cual se pretende aliviar la escasez de dólares, sin tener en cuenta que la clave, si se quiere elemental, está en cerrar el grifo de la corrupción, suspender los regalos a los países "aliados" y aumentar la producción de petróleo, para cuyo procesamiento resulta indispensable la refinería que se pretende rematar, seguramente a precio de gallina flaca.
Pero si algo distinguió a los países del denominado socialismo real y que con cien años de retraso el gobierno venezolano se empeña en emular, son las kilométricas colas, a veces de horas, a veces de días, pero también de meses y hasta de años, para acceder a cualquier tipo de bien. Horas de espera implicaba en la vieja URSS la compra de una hogaza de pan negro. Largos días para conseguir en el magazine (así llamaban los soviéticos a los desangelados y sombrío centros de abastecimiento) un cartón de leche muchas veces ya vencido. Y si se trataba de una nevera, un televisor o de un automóvil, la espera podía ser hasta de cinco años.
Las consecuencias fueron de todo tipo. Unas aparecieron de inmediato, otras se hicieron esperar: un consumidor ansioso, siempre con una bolsa en la mano, a la caza de la primera cola a la vista para sumarse a ella, incluso sin saber, a ciencia cierta, qué estaban vendiendo. La existencia de un mercado negro y por tanto de mafias enquistadas en los centros de producción y distribución. Y el surgimiento, por tanto, de una especulación desenfrenada y descontrolada (en el paraíso de los controles) que terminó convirtiéndose, ya madura la crisis, en una de las causa del derrumbe del comunismo.
@rgiustia
Roberto Giusti
La guerra de las colas
El Universal. Caracas, 19 de agosto de 2014