I.
Aunque el Gobierno lo confiesa de manera ambigua, cualquiera sabe que la situación del país no es como para estar tranquilos. Sabe que la realidad lleva un largo rato apretando duro, desafiando a la épica bolivariana y dejando mal parada a la revolución. Que ha empezado a pasar facturas por los numerosos errores cometidos. Y si bien las cuentas son un misterio para los venezolanos, - y algunos perversos piensan que incluso para las propias autoridades -, lo cierto es que los números no cuadran. Faltan los recursos y sobran las urgencias.
II.
Hay, pues, que tomar con premura ciertas medidas, a fin de obtener ingresos adicionales porque el petróleo, aún dando tanto, ya no alcanza. Así las cosas, se barajan decisiones que chocan de frente con las creencias oficiales (huelen a FMI): unificar la tasa cambiaria, aumentar el precio de la gasolina, vender Citgo y Sidor y devaluar la moneda (de paso ¿habría papel para imprimir luego tanto bolívar?).
Todo indica que el camino por el que venimos tiene visos de calle ciega, igual que ocurrió con el mismo proyecto en otros tiempos, en otros países. Es que nuestro socialismo del siglo XXI es, en rigor, la ruta, tomada a destiempo, hacia el socialismo del siglo XX. Tiene en contra, así pues, los vientos de la época.
III.
Que hacemos ahora con el socialismo del Siglo XXI, es la pregunta que circula en los pasillos del chavismo. La realidad suele poner en jaque a teorías e ideologías, incluso a los buenos deseos, sobre todo si vienen envueltos en voluntarismo político. Así, al final de más de más de quince años de mandato chavista (con o sin Chávez), la obra realizada no da para presumir. El país sigue siendo básicamente lo que le permite ser su petróleo, puesto en manos de la suerte del mercado internacional. La cambiaria es una de nuestras dos políticas fundamentales y dependemos de cómo respira el dólar. La otra es la política de gasto público, tal y como corresponde a todo petro Estado que se respete. No debe extrañar, entonces, que actualmente el país importe más que nunca y produzca menos que nunca. En cuanto a la política social, sin duda el distintivo más importante y positivo de esta gestión, la misma ha ido perdiendo su razón de ser inicial al diluirse en el asistencialismo y en la manipulación política, sin que lamentablemente haya tocado las raíces de la desigualdad social.
Al final de cuentas tenemos un país estropeado, corolario del autoritarismo político, el arrobamiento ideológico y el espejismo de una economía sonriente, limitada durante mucho tiempo a navegar tranquilamente en la renta petrolera.
IV.
No la tiene fácil el presidente Maduro. Debe, pues, reconocer la necesidad de desandar caminos y admitir que el libreto heredado no sirve para encarar la crisis ni el futuro. Debe suspender el pago del peaje de la fidelidad a ultranza y aceptar que el líder máximo no fue infalible y que el Plan de la Patria debe ser tomado con pinzas. Pero como hacerlo. Como criticar al líder y enmendarle la plana. Cómo si el líder cuestionado es la fuente de su poder. Cómo sin que parezca un gesto de Judas. Como, después de que ha corrido tanto culto a la personalidad bajo los puentes gubernamentales.
Sorpresas te da la vida, dice siempre Rubén Blades. La buena gestión del presidente Maduro depende de la capacidad que tenga para alejarse del proyecto del presidente Chávez. ¿Tendrá conciencia de ello? Ojalá, pero quién sabe. Hace unos días declaro que el Plan de Ajustes va orientado en función de la transición al socialismo (al socialismo del siglo XX, cree uno). No es ésta una buena noticia.
Ignacio Ávalos
¿Y ahora que hacemos con el socialismo del siglo XXI?
El Nacional. Caracas, 14 de agosto de 2014