sábado, 10 de mayo de 2014

Ramón Hernández: Compras nerviosas

Los elementos más usados por el régimen en los últimos 86 días son importados. Las bombas lacrimógenas, cartuchos de perdigones y demás parafernalia –que utilizan siempre en exceso y nunca de manera racional– son traídas del exterior y sin triangulaciones que beneficien a Cuba. Compras directas. Son productos muy importantes para dejar su adquisición en mano de los socios caribeños. Hay demasiados asuntos en juego para correr riesgos.
Si los estudiantes, únicamente con sus puños, gritos, voluntad y valentía han acorralado y sometido a contingentes completos de guardias nacionales apertrechados con los mejores equipos antimotines que se producen en el mundo, imaginemos qué ocurriría si La Habana abasteciera a los cuerpos represivos con los gases que la PNB y GNB rocía en el rostro de las muchachas que atrevidas les gritan asesinos y entreguistas en la cara; quizás no saldría nada de esos botellones metálicos o tendrían tan poca carga que en lugar de lágrimas provocarían carcajadas. No sería extraño que la viveza antillana sustituyera los perdigones por gomitas azucaradas, no porque sean seguidores del padre Bartolomé de las Casas y quieran evitar que se repita el caso de Geraldine Moreno, sino porque se les potenciarían las ganancias de manera exponencial.
En materia de represión el gobierno prefiere los suministros de los españoles y de los brasileños, ambos con tantos años de experiencia represiva –unos en los tiempos del desalmado Francisco Franco y los otros en los muchos años de las sanguinarias dictaduras de los militares desarrollistas– que sus emprendedores comerciantes y políticos la convirtieron en rubro de exportación.
También podría ser que después de la experiencia con los helados Copelia, los centrales azucareros, la administración de la fallecida Agroisleña, el desorden imperante en registros y notarías, el guiso supremo en que se convirtió haberles entregado el sistema de identificación del país y la red primaria de salud, los autodenominados patriotas se percataran de que los han engañado, pero lo dudo. Es un negocio de doble vía, tanto el que engaña como el presunto engañado se benefician, y el único perjudicado es el pueblo que pregonan servir. Reparten una bolsa de comida, pero las demás se las reparten proporcionalmente, al tiempo que exigen sacrificios en el nombre de la construcción del socialismo.
Cuando la supervivencia está en juego, cuando la valentía y la voluntad de los jóvenes de rescatar la democracia y las libertades le mueve el piso a la burocracia represiva; cuando las exigencias no se quedan en la simple algarabía juvenil, sino que están dispuestos a lograr que cesen las violaciones de los derechos humanos sin detenerse en riesgos, los que detentan el poder saben que deben garantizar la calidad de los equipos que suministran a quienes los cuidan. Ni siquiera se arriesgan a que los socios monten máquinas ensambladoras de gases lacrimógenos, como ha ocurrido con los bombillos ahorradores –que no prenden–, los carros iraníes que se desarman, los apartamentos preconstruidos españoles –que el viento les arranca las paredes de cuajo– los teléfonos celulares –que siempre están fuera de rango– las computadoras –que lo mejor que hacen es reiniciarse­– o las casitas de madera uruguayas –que resultaron un gran ahorro, no necesitan pintura porque son invisibles–.
En poco menos de 3 meses el país, que ha estado abandonado a la buena de Dios más de 14 años y que ha experimentado todo tipo de escasez, ha descubierto, probado y visto en qué se han gastado el producto de la renta petrolera de la que nos quieren “liberar” Jorge Giordani y Rafael Ramírez: en equipos para reprimir a la gente que reclama sus derechos.
Indudablemente hay pocos cuerpos represivos en el mundo que superen en cantidad y cantidad el equipamiento de los venezolanos. Tanto que si las ballenas que se utilizan para cañonear agua pintada a los manifestantes se utilizaran para distribuir la gasolina, no habría estaciones de servicio con los tanques vacíos; si los agentes se dedicaran a perseguir a los delincuentes, se habría dado un gran paso en el camino de garantizar la seguridad de la ciudadanía.
Como ha ocurrido en otras experiencias latinoamericanas, cuando los gobiernos prefieren la violencia y la represión al entendimiento con la ciudadanía, no están garantizando su permanencia sino acelerando su fin. Vendo fuegos artificiales para próxima celebración.


Compras nerviosas
Ramón Hernández
El Nacional. Caracas, 10 de mayo de 2014