domingo, 25 de mayo de 2014

Carlos Blanco: La muerte de una revolución

 La muerte de una revolución Venezuela ve morir lo que fue un sueño para muchos. No lo hace en paz confortado por los sacramentos sino por fermentación y pudrición. Las explosiones de las estrellas se ven hermosas a millones de años luz, pero refieren quienes han estado cerca cuando estallan que aquello es un completo desastre de polvo cósmico, sillas volando, ángeles disueltos en plasma, diablos danzantes y unicornios sin luz.
Las revoluciones tienen buen lejos cuando se prometen y comienzan, pero convertidas en pasado apestan como batracios destripados.

El experimento que inauguró Chávez falleció junto con él. Tal vez no el mismo día; hasta es posible que un poco antes, pero como revolución sucumbió hace mucho tiempo, cuando gateaba. El nuevo Reich rojo de los Mil Años desapareció de la imaginación, de las esperanzas y los futuros posibles de sus seguidores. No hay un chavista hoy que más allá de querer conservar un cargo -si lo tiene- y alguna influencia -si la posee-, acaricie utopías. Le echan la culpa a Maduro por no ser como Chávez, aunque en realidad Maduro es la postrera obra de Chávez.

También en los opositores hay desconcierto. Las certezas y esperanzas que ofrecían las campañas electorales, con sus candidatos, sus tiempos, de acuerdo al esquema de algo que remedaba una democracia -sin serlo- han desaparecido. La crisis de la dirección opositora es un leve indicio de cómo las certidumbres de la sociedad no sólo mueren en la acera de allá sino en todos los frentes. Nadie hará que las inciertas elecciones de los próximos años se constituyan en las convicciones de quienes han dejado de creer en lo que hoy ven con sus ojos. Mañana ha dejado de existir.

En este marco ocurre la historia como si no fuera la historia: como si fuera la vida; la de cada cual, que comparte la desesperada búsqueda en los mercados con las cervecitas y amigos el sábado por la tarde. Por eso todo parece tan contradictorio, tan falto de sentido, cuando el sentido es precisamente su locura.

Roberta y Baltasar. En esos enredos está el tema de las sanciones que el Estado norteamericano cocina en contra de los funcionarios que han violado los derechos humanos en Venezuela. Éste es uno de los episodios más reveladores del laberinto venezolano.

Ningún dirigente político ha solicitado al Gobierno de EE.UU. que aplique sanciones al país, por tanto, desmentir esto no agrega más que sospechas. Lo que los demócratas venezolanos han exigido a todos los gobiernos democráticos del mundo es que se sancione a los funcionarios autores materiales e intelectuales de las violaciones de los derechos humanos que han ocurrido, especialmente en estos tres meses de represión inmisericorde.

Ahora, cuando el Senado de EE.UU. se apresta a discutir y aprobar el asunto salen voces despavoridas del Gobierno y de la oposición a decir que nada de eso conviene o está planteado. La cosa es simple: el doctor o el general, el ministro o el comandante que han ordenado la represión y son responsables de la muerte de estudiantes, deben ser sancionados no sólo por EE.UU. sino por la comunidad democrática mundial; el que primero lo haga ese país no debería ser motivo para hacerse los locos o para revestirse, por un rato, de un manto antiimperialista al modo de Maduro. Así como Baltasar Garzón agarró a Pinochet en Londres, así conviene a la democracia que ocurra con los responsables de tantas muertes, persecuciones y torturas en Venezuela. Si lo hace Baltasar Garzón, bien; si lo hace Roberta Jacobson, también.

La torta económica. Otro de los ejemplos de la confusión es el desastre económico y las visiones que hay en relación con las medidas del Gobierno. Se sabe de sobra que el Gobierno no va a virar a pesar de que hay voces en su seno que saben que con esta trayectoria no hay manera de enderezar la economía. Sin embargo, la economía política de las fuerzas imperantes muestra que no habrá innovación para que la economía florezca.

Al observar el panorama descrito hay empresarios cuya confianza está depositada en que Rafael Ramírez logre pasar la venta de dólares de PDVSA al Sicad II para obtener más bolívares y subsanar parcialmente el desastre al que el propio Ramírez ha conducido a la empresa. Así habría más dólares para ofrecer. Visión chiquita, básica, miope; como si el suministro político de dólares a las empresas con cupos cicateros permitiera resolver el problema cambiario. O lo otro: algunos expropiados empresarios del campo que reciben de nuevo sus propiedades, pero "prestadas", a cambio de su silencio, para ver si hacen algo con ellas. O los incrementos de precios autorizados, sin Gaceta de por medio, para que la responsabilidad quede diluida entre burócratas y comerciantes; aumentos de precios que no son más que victorias fugaces de unos a costa de la miseria de otros.
Ha llegado el momento en que una parte del empresariado se ha convertido en administrador precario de (sus) empresas que han pasado a ser posesión del régimen. Algunos lo hacen con cierta felicidad porque peor es nada. No faltan los que también apuestan a la salida electoral de 2019 no porque crean en su factibilidad sino porque prefieren la "estabilidad" de Maduro a la incertidumbre de su reemplazo, aunque sea constitucional. Tal como Jimmy Carter.

La Salida. Un episodio del enredo es la visión que un sector de la oposición tiene de La Salida propuesta por Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma, partidos y diputados de la Movida Parlamentaria. Cuando estallaron las protestas apostaron a que su trágico saldo les fuera endosado a los promotores de La Salida, obviando la circunstancia de que éstos habían propuesto discutir en asambleas los mecanismos constitucionales para el reemplazo de Maduro, en el acto en el cual también participó el dirigente estudiantil Juan Requesens; nunca llamaron a la violencia. Una vez que la protesta cogió la calle y que el país rodeó de simpatías a los jóvenes, entonces reconocieron -no quedaba más remedio-  la protesta de los estudiantes, pero diciendo que los de La Salida no tenían nada que ver con esa protesta, por tanto no tenían mérito alguno. La realidad es que La Salida, los estudiantes, las ansias de libertad y bienestar del país y la represión, todo combinado, lo que hicieron fue destapar un proceso del cual nadie es dueño, incubado por 15 años en las injusticias y miserias del régimen.

Protestas que incluyen a militantes de los partidos cuyos dirigentes se han opuesto a ellas. El no haber entendido lo que se movía en el país fue lo que no le permitió a ese grupo opositor asumir la protesta ni entender que el amago de diálogo sólo fue posible por ésta. La confusión, para bien y para mal, es el camino a través del cual se abren los caminos. No hay otra opción.

www.tiempodepalabra.com
Twitter carlosblancog

 
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La muerte de una revolución
Carlos Blanco
El Universal. Caracas, 25 de mayo de 2014