domingo, 30 de marzo de 2014

Luis García Mora: Al límite: ¿Rebota o no rebota el gobierno?

Al límite: ¿Rebota o no rebota el gobierno?
LUIS GARCIA MORA
PRODAVINCI. Caracas, 30 de marzo de 2014

Se asegura que es la única esperanza que tiene: la de rebotar en junio, algo para lo que le quedarían solamente dos meses, ¿cierto? Hablamos de un rebote de popularidad, porque según indican los últimos números recibidos (Keller) para más del 60% este gobierno es igual de malo o peor que el gobierno de Chávez. Pero también en el Ejecutivo habla muy esperanzado de un rebote de gobernabilidad.
Para nadie es un misterio el nivel de inestabilidad que ha alcanzado el país durante el último mes y medio de disturbios, con un saldo de 36 muertes. Un nivel tan alarmante que hace inocultable la urgencia de detener las violaciones de los derechos humanos y constitucionales, así como la matanza de jóvenes y estudiantes.
Estabilidad. Gobernabilidad. Conquistas gubernamentales que hoy se observan muy difíciles y casi imposibles. Sobre todo ahora, cuando desde afuera y desde adentro ven que el país se nos está yendo por las costuras. Y no sólo por la severa crisis de gestión (escasez, devaluación, inflación e inseguridad), sino también por los niveles ciegos de crueldad que se han alcanzado en la represión, con el uso franco del hamponato político para aplastar el derecho constitucional a la protesta.
Según el diario español El Mundo, la canciller colombiana María Ángela Holguín –quien por la comisión de UNASUR estuvo 48 horas en Venezuela y se reunió con líderes del oficialismo y de la oposición, en un intento de tender puentes–, fue quien más insistió en la necesidad del diálogo abierto con los estudiantes. Ante la realidad de las imágenes de la violenta represión gubernamental, afirmó: “Yo nunca había visto algo así en el país. A uno no le pueden seguir diciendo que lo que pasa ahora es por culpa de gobiernos anteriores”.
Gobernabilidad y estabilización social y económica. Es a lo que nuestros acreedores directos apuestan, pero son aún más difíciles de lograr tras esta terapia de shock que el gobierno de Nicolás Maduro se ha visto obligado a aplicar, según algunos, tras las recomendaciones claras y tajantes no del odiado Fondo Monetario Internacional, con sede en Washington, sino del todavía más salvaje económicamente gobierno de Pekín, que tiene su expresión más reciente en la puesta en marcha del llamado SICAD II, que con una sola movida de palanca ha provocado una devaluación del 88% y que luego de aquella de enero del 44% y de la otra del año pasado del 32%, podría afirmarse que casi ha terminado por desintegrar nuestra moneda.
Según afirma esta semana el director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami, Ariel Armony, al preguntarle a un colega chino su opinión sobre la crisis en Venezuela, éste le dio una respuesta “china”: “En la era Chávez, el péndulo se colocó en un extremo y ahora se quiere colocar en la posición correcta”. Nada más.
El centro. La armonía. Que para China en la actual coyuntura venezolana es una aspiración, dada su tradicional visión estratégica que los hace anteponer la estabilidad a otros factores. Y el régimen debió asegurarle a los chinos que recuperaría la tan ansiada gobernabilidad, como en China y Rusia, mediante la persecución feroz de la disidencia y el uso militar y judicial de la fuerza al límite. Es decir, reprimiendo las protestas masivas a plomo limpio y ganando tiempo sobre la marcha, tras mostrar el tramojo de un llamado al diálogo hediondo a pólvora, que alguna oposición blanda se atreva a comprar mientras lidia con una poderosa aunque subterránea presión diplomática internacional, que desde todas partes ya comienza a accionar.
¿Pero cómo sofocar en lo inmediato las dolorosas consecuencias del ajuste chino y de la crisis sin que esto explote?
Para los chinos, la crisis de gobernabilidad venezolana no se solucionaría simplemente con cambiar de gobierno. Particularmente les preocupa la inseguridad jurídica y pública, más allá el cambio de rumbo geopolítico que pudiera generar un movimiento de timón en Caracas. Y se especula sobre un posible cambio de régimen, aunque hasta ahora existe un consenso sobre la capacidad del gobierno para sobrevivir: 1) por el control de los recursos del Estado, 2) por el sostén de las Fuerzas Armadas, y 3) por el apoyo de una parte (aunque decreciente) significativa de la población.
Se enfatiza en la debilidad y fragmentación de la oposición. Se habla del oportunismo de algunos líderes. Y del dilema que la masiva movilización ciudadana le presenta al gobierno del PSUV, ya que de ir aún más a fondo con la represión, se intensificaría todavía más la protesta, generando un debilitamiento de la respuesta que disminuiría más la imagen y el poder de Maduro.
Mientras, la presión hacia el diálogo aumenta. No sólo desde Norteamérica y Europa, con amenazas sólidas, sino incluso desde el Uruguay y Brasil. Y al Gobierno se le cierran cada vez más las posibilidades de fabricar su propio interlocutor para ese diálogo entre las partes, mientras aumenta su escalada agresiva.
Como esta semana afirmaba un representante del Parlamento Latinoamericano: “La geopolítica del continente se juega en Venezuela”.
Tal como pasó en Ucrania, la presión diplomática sobre el régimen se endurece. Desde la Alta Representante para Asuntos Exteriores y de Seguridad de la Unión Europea, Catherine Ashton, que ha exhortado dos veces en apenas cuatro días al gobierno de Nicolás Maduro y a la oposición venezolana a sentarse a dialogar, hasta Estados Unidos, que a través de la subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson, ha advertido: “No sé cuáles serían las recomendaciones de esa misión (la de UNASUR) pero si no hay movimiento, si no hay la posibilidad de diálogo, si no hay espacio democrático para la oposición, claro que tenemos que pensar en la aplicación de sanciones, y estamos en eso”.
De manera que la advertencia es muy clara. Incluso para Brasil que, de no contribuir a la búsqueda pronta de una salida concreta a la crisis venezolana, se juega no sólo su prestigio sino también su liderazgo del continente.
Ahora bien, en este sentido, ¿qué comportamiento tendrá la oposición?
Uno piensa que por un lado, haciendo gala de todo su genio (que para eso lo tiene y en grandes cantidades), atender a este llamado internacional al diálogo. Y por el otro (y en esto sí tendrá que ajustarse los pantalones) materializar la conducción unitaria de la protesta pacífica.
No hay otra.
Desde todo punto de vista tiene la mesa servida.