La subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson, dijo este miércoles que se había confundido al afirmar que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de Venezuela había pedido a Estados Unidos que no impusiera sanciones a los funcionarios chavistas para dar tiempo a que el diálogo con el gobierno tuviera resultados. La organización opositora siempre negó haber hecho esa petición a Washington.
Ahora la MUD suspendió las reuniones que estaban previstas para los pasados lunes y martes. La decisión fue una respuesta a la represión del régimen de Nicolás Maduro, que recientemente desalojó cuatro campamentos que los manifestantes pacíficos habían montado en distintos puntos de Caracas, y encarceló a más opositores.
Este paso no significa el fin de las conversaciones con el gobierno. Pero la MUD parece haberse dado cuenta de que Maduro ha estado utilizando el diálogo simplemente como un instrumento para mejorar su imagen y quedar bien con los gobiernos sudamericanos que le pidieron que escuchara a la oposición. Y también como una cortina de humo para tratar de ocultar la represión contra las protestas.
La coalición opositora piensa que la actitud del gobierno es una burla. Al fin la MUD ha abierto los ojos a la realidad: el régimen venezolano no está interesado en escuchar seriamente a la oposición, sino solamente en seguir habitando el Palacio de Miraflores.
Entretanto, la crisis se agrava con el hecho de que a muchos opositores detenidos los están encerrando en las tristemente célebres prisiones para delincuentes comunes. Esos presidios están llenos de criminales endurecidos, y en muchos centros penitenciarios la verdadera autoridad la ejercen bandas de hampones con poder de vida y muerte sobre la población penal.
El régimen ha enviado a muchos detenidos a estas prisiones, y en varios casos ha colocado a los opositores presos en cárceles lejos de su lugar de residencia, para dificultar las visitas familiares. Es una medida punitiva copiada de los métodos de represión en Cuba.
Maduro está empleando dos estrategias para conservar el poder: la farsa de las conversaciones con la oposición por una parte, y el atropello contra los manifestantes pacíficos por la otra. Pero la arbitrariedad tiene un costo: su índice de popularidad ha caído en picada. Es hora de que Estados Unidos y la comunidad internacional den pasos firmes e impongan sanciones para castigar los abusos del gobierno en Venezuela, y conseguir que el régimen dialogue en serio con la cada vez más creciente oposición.
Venezuela entre la farsa y el atropello
Editorial de El Nuevo Herald
Miami, 16 de mayo de 2014