Argenzuela, país con dos capitales en América del Sur, Buenos Aires y Caracas, también fue creada por el acuerdo político de dos poderes cuasi monárquicos, el de los Kirchner y el de Chávez. La idea se inició a mediados de la década pasada, cuando Argentina todavía estaba bajo los efectos del default y Venezuela adquirió bonos de deuda, según algunos por amistad y solidaridad, según otros por tasas de interés más elevadas que las del FMI. Continuó con la elección de Cristina Kirchner en 2007, cuando Venezuela contribuyó a su campaña con recursos monetarios, la renombrada maleta de Antonini Wilson, y se profundizó después del deceso de Néstor Kirchner, cuando la política económica comenzó a parecerse de manera considerable.
El alto déficit fiscal financiado con emisión, la complicadísima e ineficiente política cambiaria y el irracional proteccionismo, que restringe tanto insumos industriales como hospitalarios, son realidades comunes más recientes, posteriores a 2010. La política exterior también comenzó a coordinarse de manera creciente desde entonces, como la nacionalización de la siderúrgica de Techint en Venezuela—que contó con el llamativo silencio de la embajada argentina—la expulsión de Paraguay del Mercosur—pretexto para integrar a Venezuela al bloque—o como en el caso de decisiones con objetivos menos claros, por ejemplo, la nunca explicada relación triangular con Irán.
Pero más allá de las políticas, Argenzuela recién tomó verdadera entidad con la estrategia de la perpetuación, exitosa o fallida, y por medio de los instrumentos utilizados para tal fin. En ese sentido deben entenderse la estigmatización de la prensa—el enemigo todopoderoso—la intimidación a los periodistas—sus agentes—y el acoso a jueces y fiscales independientes—sus supuestos intelectuales orgánicos. Como estrategia concreta fue más exitosa en Caracas que en Buenos Aires, indudablemente, pero la construcción narrativa de la misma y su representación escénica fueron igual de intensos en ambos lugares. No en vano, ya han sido quince años de chavismo y serán doce de kirchnerismo.
Las consecuencias de esta historia—este Macondo del siglo XXI, muy real y nada mágico—sin embargo se sentirán por décadas, tendrán efectos duraderos en las normas sociales y la cultura. Allí donde desde el poder se dice que siempre se trata de intereses subjetivos—la remanida conspiración—desde luego que todos perdemos sentido de la objetividad, los hechos cada vez importan menos. Con eso además se diluye el valor del lenguaje como instrumento descriptivo. Ya no sabemos qué es la democracia, el autoritarismo, y ni que hablar del fascismo, el socialismo y tantas otras palabras claves para nuestra comunicación política y nuestra cultura compartida.
Allí donde todo es reducible a su representación simbólica, no sorprende que un presidente haga política hablando con un pájaro—que a su vez encarna a un difunto—y que otro presidente la haga elevando un pingüino inflable con sus alas desplegadas—que denota otro difunto—cual canonización. Generalmente la política es objeto de estudio de las ciencias sociales y el derecho, pero allí donde todo es relato y escenografía tal vez sea objeto de la ornitología.
Es que el absurdo de la realidad no está tan lejos de eso. Cuando la historia se escribe y se reescribe a voluntad, tantas veces como sean necesarias y en jerga marxista chatarra, se hace difícil hablar de las condiciones objetivas de nada. Allí donde la cadena nacional se usa y se abusa hasta saturar a una sociedad, los anticapitalistas pueden tener cuentas en Suiza y los revolucionarios propiedades en Miami sin mayores problemas. Los altos funcionarios con décadas viviendo del estado ni se ruborizan al declarar aumentos patrimoniales “por ser abogados exitosos”. Es aceptable también que los auto consagrados campeones de los derechos humanos hayan dirigido el periódico de Videla, y que además vayan por el mundo presumiendo de ser moralmente superiores. No son los periodistas ni los jueces, en Argenzuela estos son los verdaderos intelectuales orgánicos y ese es el discurso hegemónico de dominación, tan hegemónico que ha construido una realidad insoslayable.
Argenzuela es muy real, entonces, no es solo una superficialidad discursiva, y eso es lo grave. Es muy diferente a aquel populismo clásico del siglo XX, aunque se le parezca. Es un proyecto serio, de fondo, una batalla por las ideas y las palabras, o mejor dicho una batalla por la disolución de su significado en base a la repetición, lo cual no deja de constituir una estrategia de dominación. Con eso han deteriorado la civilidad y el tejido social, y le han dado forma a un orden social autoritario. Es un proyecto cultural que no debe ser tomado a la ligera, porque hasta ahora la vienen ganando. No será para siempre, y esperemos que no sea medio siglo y con una guerra en el camino, pero Argenzuela dejará su marca.
El alto déficit fiscal financiado con emisión, la complicadísima e ineficiente política cambiaria y el irracional proteccionismo, que restringe tanto insumos industriales como hospitalarios, son realidades comunes más recientes, posteriores a 2010. La política exterior también comenzó a coordinarse de manera creciente desde entonces, como la nacionalización de la siderúrgica de Techint en Venezuela—que contó con el llamativo silencio de la embajada argentina—la expulsión de Paraguay del Mercosur—pretexto para integrar a Venezuela al bloque—o como en el caso de decisiones con objetivos menos claros, por ejemplo, la nunca explicada relación triangular con Irán.
Pero más allá de las políticas, Argenzuela recién tomó verdadera entidad con la estrategia de la perpetuación, exitosa o fallida, y por medio de los instrumentos utilizados para tal fin. En ese sentido deben entenderse la estigmatización de la prensa—el enemigo todopoderoso—la intimidación a los periodistas—sus agentes—y el acoso a jueces y fiscales independientes—sus supuestos intelectuales orgánicos. Como estrategia concreta fue más exitosa en Caracas que en Buenos Aires, indudablemente, pero la construcción narrativa de la misma y su representación escénica fueron igual de intensos en ambos lugares. No en vano, ya han sido quince años de chavismo y serán doce de kirchnerismo.
Las consecuencias de esta historia—este Macondo del siglo XXI, muy real y nada mágico—sin embargo se sentirán por décadas, tendrán efectos duraderos en las normas sociales y la cultura. Allí donde desde el poder se dice que siempre se trata de intereses subjetivos—la remanida conspiración—desde luego que todos perdemos sentido de la objetividad, los hechos cada vez importan menos. Con eso además se diluye el valor del lenguaje como instrumento descriptivo. Ya no sabemos qué es la democracia, el autoritarismo, y ni que hablar del fascismo, el socialismo y tantas otras palabras claves para nuestra comunicación política y nuestra cultura compartida.
Allí donde todo es reducible a su representación simbólica, no sorprende que un presidente haga política hablando con un pájaro—que a su vez encarna a un difunto—y que otro presidente la haga elevando un pingüino inflable con sus alas desplegadas—que denota otro difunto—cual canonización. Generalmente la política es objeto de estudio de las ciencias sociales y el derecho, pero allí donde todo es relato y escenografía tal vez sea objeto de la ornitología.
Es que el absurdo de la realidad no está tan lejos de eso. Cuando la historia se escribe y se reescribe a voluntad, tantas veces como sean necesarias y en jerga marxista chatarra, se hace difícil hablar de las condiciones objetivas de nada. Allí donde la cadena nacional se usa y se abusa hasta saturar a una sociedad, los anticapitalistas pueden tener cuentas en Suiza y los revolucionarios propiedades en Miami sin mayores problemas. Los altos funcionarios con décadas viviendo del estado ni se ruborizan al declarar aumentos patrimoniales “por ser abogados exitosos”. Es aceptable también que los auto consagrados campeones de los derechos humanos hayan dirigido el periódico de Videla, y que además vayan por el mundo presumiendo de ser moralmente superiores. No son los periodistas ni los jueces, en Argenzuela estos son los verdaderos intelectuales orgánicos y ese es el discurso hegemónico de dominación, tan hegemónico que ha construido una realidad insoslayable.
Argenzuela es muy real, entonces, no es solo una superficialidad discursiva, y eso es lo grave. Es muy diferente a aquel populismo clásico del siglo XX, aunque se le parezca. Es un proyecto serio, de fondo, una batalla por las ideas y las palabras, o mejor dicho una batalla por la disolución de su significado en base a la repetición, lo cual no deja de constituir una estrategia de dominación. Con eso han deteriorado la civilidad y el tejido social, y le han dado forma a un orden social autoritario. Es un proyecto cultural que no debe ser tomado a la ligera, porque hasta ahora la vienen ganando. No será para siempre, y esperemos que no sea medio siglo y con una guerra en el camino, pero Argenzuela dejará su marca.
Héctor Schamis es profesor en Georgetown University. Twitter @hectorschamis
La historia de Argenzuela
Héctor Schamis
El País. Madrid, 12 de mayo de 2014