Estoy seguro, que la mayoría de los venezolanos deben estar convencidos que Diosdado Cabello es quien manda en el gobierno de Maduro. Esta percepción no surge porque yo lo afirme en un artículo de opinión. Se ha venido creando en la consciencia de los venezolanos como consecuencia de la actitud irresponsable del presidente de la Asamblea Nacional, desde el mismo momento de la muerte de Hugo Chávez. Definitivamente, tuvo que aceptar la candidatura de Maduro, pero a partir del momento en que percibió su debilidad política, después de las elecciones presidenciales, comenzó una hábil campaña de penetración en los sectores radicales del chavismo, con la esperanza de que el fracaso de Maduro pudiera permitirle acceder al poder. Esta campaña no se ha detenido. Al contrario, cada día tiene mayor fuerza. Definitivamente, su objetivo es uno sólo: heredar el liderazgo de Hugo Chávez.
La mejor demostración de esta realidad ha sido su actitud en estos últimos meses. No es fácil de explicar las razones por las cuales Maduro deba aceptar que el presidente de la Asamblea Nacional realice funciones específicas del poder Ejecutivo, como ocurrió en Maracaibo: anunciar la transferencia de sus cargos de 43 oficiales de alta graduación en el momento que explicaba las nuevas medidas que se tomarían para combatir el contrabando en el estado Zulia. Cabello, no ejerce ninguna función militar y lo reglamentario hubiera sido que ese anuncio lo hiciera la ministro de la Defensa o el general comandante del CEO. A los pocos días, dio otra declaración, en un tono similar, desde el estado Táchira denunciando el acaparamiento de productos de primera necesidad. Nada de esto me parece casual. Curiosamente, los dos gobernadores estuvieron comprometidos en la insurrección del 4 de febrero de 1992.
La actual situación es aún de mayor gravedad. La mesa de diálogo está a punto de fracasar. El saboteo proveniente del sector oficialista de la Asamblea Nacional, encabezado por Diosdado Cabello, no ha permitido que avancen en lo más mínimo las conversaciones entre gobierno y oposición. La mejor demostración de esta realidad es la designación de una Comisión de la Verdad, para investigar los hechos ocurridos, compuesta exclusivamente por parlamentarios oficialistas. El otro hecho es aún más delicado. Han decidido escoger a los nuevos miembros de los Poderes Públicos, irrespetando flagrantemente la Constitución Nacional. Nicolás Maduro debe de encontrarse muy preocupado. Es imposible que sus asesores no le hayan hecho ver que el colapso de nuestra economía no tiene solución si antes no se logra un trascendente acuerdo político.
La profunda crisis nacional que actualmente enfrenta Venezuela tiene que producir consecuencias políticas en muy corto tiempo. La popularidad de Maduro ha empezado a desplomarse de una manera indetenible. Es imposible, que él no conozca esta realidad. En política, como en la guerra, el juego es de doble acción. El adversario también juega sus fichas. Imaginarse que Maduro no conoce lo que ocurre es creer que los demás son tontos y normalmente no lo son. Sus declaraciones indican que él conoce perfectamente bien la situación que enfrenta o por lo menos percibe lo que ocurre. Declarar "que la derecha y la izquierda radical están conspirando" es un mensaje que por lo menos produce sorpresa y confusión. Es posible imaginarse a un sector de derecha en la oposición que esté conspirando, pero no es fácil señalar que existe una izquierda radical con esa misma orientación. ¿De quién realmente habla?
Tampoco es fácil entender sus amenazas. "Que vengan con sus conspiraciones, sabremos responder con el Plan de la patria... Esta revolución se radicalizará más ante cada golpe, ante cada conspiración". Esas frases parecen dirigidas directamente a la oposición. Lo que no es fácil de explicar son las razones por las cuales Maduro señaló con anterioridad a la izquierda radical. Es verdad que en "Aporrea" hay una campaña en su contra, pero eso no debe ser todo. Las luchas internas dentro del chavismo son una realidad, aunque traten de ocultarlas. Esos conflictos generan grandes tensiones. Un buen ejemplo es la natural rivalidad surgida entre Cabello y Rodríguez Torres. Los dos buscan fortalecer su imagen dentro del chavismo radical mostrando su ambición de poder y su nacionalismo a ultranza. El primero, lidera a los sectores civiles del chavismo; el segundo, capitaliza el descontento militar. Eso sí, los dos alejados de Cuba.
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Cabello, el mandamás del régimen
Fernando Ochoa Antich
El Universal. Caracas, 25 de mayo de 2014