La politizada posición de Venezuela en la región, el hemisferio y mucho más allá, ha venido desvalorizando la calidad de vida de sus habitantes. Es decir, la llamada política internacional de la revolución bolivarista habrá sido muy habilidosa en comprar alianzas y conciencias que apoyen su continuismo, pero a un costo sumamente elevado que, lamentablemente, están pagando el conjunto de los venezolanos, aunque muchos no se den cuenta de ello.
La promisoria integración económica de finales del siglo XX quedó hecha polvo con la demagogia del Alba y sus sucedáneos. Chávez sacó al país de la Comunidad Andina de Naciones y del Grupo de los Tres que nos integraba particularmente con México y Colombia. La participación de Venezuela en Mercosur se volvió pura retórica para la propaganda, y las exportaciones e inversiones privadas en América Latina fueron aplastadas.
Un balance calamitoso para la integración económica y comercial, verdadero acicate de los procesos integracionistas en cualquier parte del planeta. Y eso tiene un impacto negativo de gran calado en la economía productiva, la generación de empleo sostenible y el desarrollo del potencial venezolano. Hoy en día, el país ha extremado su dependencia de las importaciones y del rentismo petrolero. Todo lo contrario del publicitado “desarrollo endógeno”.
La petro-chequera venezolana ha sido el sostén de todo el tinglado de intereses político-ideológicos de la hegemonía roja en su fachada exterior, desde el financiamiento de la “revolución cubana” hasta el subsidio de combustible a Londres, Boston o Nueva York, pasando por los negocios argentinos o nicaragüenses, las refinerías fantasmales en medio mundo, los gasoductos imaginarios, y la insaciable lista de beneficiarios de la izquierda caviar en ambos lados del Atlántico.
¿Qué le ha quedado a la nación venezolana de todo eso? De buenas a primeras, la respuesta sería nada, pero es mucho peor, porque se amontonan las deudas, se vacían las reservas, se multiplica la corrupción y se hipoteca el país hasta las profundidades de sus yacimientos petrolíferos. Los mandarines de Pekín se han dado perfecta cuenta del descalabro, y se aprovechan de la situación de manera, más que pragmática, abusiva. A fondo le están cayendo a los recursos nacionales.
Pero no solo ellos sino también los contratistas brasileños, los negociantes porteños, los narcoguerrilleros colombianos, los oligarcas rusos, los armadores españoles, los vividores de la cultura progre y, no faltaba más, esos expoliadores de antología que son los hermanos Castro Ruz. Todos han hecho su agosto con Venezuela a lo largo del siglo XXI. Unos más que otros, ciertamente, pero sin que haya excepciones a la hora de darle palo a la piñata fiscal de nuestra patria.
O para expresarlo de otra forma: a la hora de pisotear a Venezuela, de maltratarla, de depredarla, de humillarla. Con la entusiasta complacencia y complicidad de los jerarcas de la “revolución”, quienes lo justifican todo en nombre de la soberanía y la independencia... Por eso estamos en la suela del mundo. Pisados por intereses foráneos y por imposiciones internas. Y mientras más se prolongue esta realidad, más dura será la tarea de levantar a Venezuela.
En la suela del mundo
Fernando Egaña
El Nacional. Caracas, 24 de mayo de 2014