EE.UU tiene que ser un gran país para mantenerse como primera potencia mundial a pesar de sus organismos de inteligencia, su servicio diplomático y sus asesores en política internacional. Increíble que el presidente Barack Obama, al declarar a Venezuela (a toda, a 32 millones de personas, incluido el 80% que rechaza al régimen) como peligro para la seguridad interna de EE.UU, arrojara un inesperado salvavidas al gobierno de Maduro para permitirle, una vez más, sacar el debate del ámbito económico donde las pierde todas en la carrera hacia su final infeliz, para ubicarlo en el político donde tiene margen de maniobra, excusa y defensa.
¿Por qué Obama cambió un señalamiento específico con nombres y apellidos (los funcionarios civiles y militares del gobierno venezolano acusados de delitos de narcotráfico, corrupción y violación de los derechos humanos), por otro genérico e imposible de digerir porque incrimina todo un país en unos mismos hechos que configuran la “peligrosidad” ? Dicen los conocedores del sistema norteamericano, que el cambio obedece a que Obama quiere eludir los controles del Congreso y que así sería más eficiente en las medidas contra el régimen venezolano. Pero resulta que al hacerlo, generó reservas en amplísimos sectores e instituciones venezolanos (incluida la Iglesia Católica) que no podían aceptar que se metiera en el mismo pipote de las infracciones ignominiosas al gobierno acusado de cometerlas y a todo el país ajeno a ellas. La reserva frente a la declaración Obama, no es una manifestación de respaldo o solidaridad con el régimen sino un rechazo a la pretensión de amalgamar en una sola entidad al país y al gobierno, haciéndole el juego, otra vez, al argumento insistente del oficialismo de que Patria, Estado y gobierno forman una indisoluble identidad y que al atacarse a uno se ataca a la trilogía entera. El comunicado de la MUD al respecto es claro y preciso, así como la actitud de los parlamentarios de la Unidad Democrática cuando negaron su voto a la Ley Habilitante presentada ante la AN para colocarnos en pié de guerra. Si Mambrú se va a la guerra, que dolor, que pena, como dice la canción, pero se irá solo.
Por cierto que la materia de violación de los derechos humanos es escabrosa y maleable porque, en casi todos los casos, imputadores e imputados se han comportado históricamente de la misma manera. Ninguna de las grandes potencias, ni muchos gobiernos tercermundistas, pueden arrojar la primera piedra. Ahí están la II Guerra Mundial, Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, Siria, Libia, pogromos, holocaustos, xenofobias, chauvinismos, controles migratorios, sojuzgamiento de minorías, guerras étnicas y religiosas y pare de contar. Son casos patéticos y paradojales en que la lucha para defender los derechos humanos casi siempre pasa por el trance de aplastarlos. En el caso de Venezuela, los imputadores deberían mantenerse en el ámbito de las acusaciones por corrupción, narcotráfico y terrorismo en el que ellos mismos están moralmente menos descalificados y son menos vulnerables y sospechosos.
El tema de los derechos humanos también se ha convertido en un vasto espacio en el que concurren por igual auténticos defensores y malvivientes que han dado con una fructuosa industria a través de organismos de fachada para obtener financiamientos públicos pero también secretos e inconfesables que se destinan a fines “misceláneos”.
Henry Ramos Allup
Mambrú se va a la guerra
Portal de Acción Democrática. Caracas, 23 de marzo de 2015