Antes se agarra a un mentiroso que a un cojo, decía mi señora madre y es un refrán que se le aplica con total acierto a lo ocurrido con el caso del asesinato del diputado Robert Serra y su asistente María Herrera, como también al de la niñera del ministro para las Comunas, Elías Jaua. En ambos casos, creyeron que se la estaban comiendo y ahora quedan ante el mundo como un gobierno de mentirosos.
Para no perder la costumbre, el presidente Nicolás Maduro y todos los integrantes de su gobierno, cuando hablaron del caso Serra acusaron a la oposición, a la derecha, al fascismo y al expresidente colombiano Álvaro Uribe y hasta a los paramlitares de ese país de tener responsabilidad en el asesinato del diputado del PSUV. Incluso Maduro, en un acto de irresponsabilidad infinita, durante el entierro del parlamentario, no descartó que el pueblo chavista tomara la justicia en sus manos y vengara los crímenes.
Luego de que la policía hiciera su trabajo, el cual fue divulgado por los periodistas que cubren la fuente de sucesos, quienes dieron los nombres de los presuntos implicados y el móvil del doble crimen, donde todas las evidencias apuntaban al hampa común, el jefe del Estado confirmó la identidad de los implicados, pero para tratar de seguir con la mentira, aseguró que el autor intelectual es un ciudadano colombiano apodado "El Colombia", de quien solicitaron su detención por parte de Interpol.
El hombre fue capturado en Colombia y las autoridades del vecino país hicieron las averiguaciones pertinentes, llegando a la conclusión de que el sujeto no es colombiano sino venezolano, e hijo de colombianos y que no se ha comprobado que guarde relación con los paramilitares. El embajador neogranadino en Caracas fue el encargado de dar la versión que su gobierno tiene sobre el caso, agregando que en el crimen del diputado y de su asistente las responsabilidades apuntan hacia sus escoltas. El diplomático no habla por su cuenta, lo hace con autorización del "nuevo mejor amigo" de Venezuela y hasta el momento que escribimos este editorial ningún representante del gobierno de Maduro había respondido sus afirmaciones.
En este caso trataron de reeditar la tesis que ya esbozaron cuando el asesinato del concejal Eliécer Otaiza, pero aquí llegaron más allá de lo tolerable para cualquier gobierno serio.
La otra mentira puesta al descubierto por un gobierno amigo, fue la que protagonizó Elías Jaua. La cancillería brasileña filtró la molestia que a la administración de Dilma Rousseff le causó el hecho de que el ministro venezolano los quisiera utilizar para darle fuerza a la mentira que, por escrito, nos contaba a todos y según la cual su viaje a tierras brasileñas fue para firmar acuerdos y lograr el envío de medicinas.
Itamaraty habló claro y aseguró que el gobierno de Rousseff sabía que el viaje de Jaua era para tratar la enfermedad que padecía su esposa, quien fue a curarse un cáncer en uno de los hospitales más caros de Brasil, mientras muchos venezolanos que padecen el mismo mal no obtienen en el país los medicamentos necesarios para atenderse, pero el muy revolucionario ministro no tuvo empacho en utilizar aviones de Pdvsa para tal fin.
Su mentira también tuvo patas cortas.
Las decisiones de Brasilia y Bogotá indican que los tiempos están cambiando, que ambos países se cansaron de hacerse cómplices de las mentiras que fabricaron en Miraflores.
Que el gobierno de Maduro no va a tener el apoyo de otros países para criminalizar a los sectores democráticos del país. Ya era hora.
Xabier Coscojuela
Hablando de mentiras frescas
Tal Cual. Caracas, 13 de noviembre de 2014