La felicidad es un invento de los ingleses, dijo Nietzsche. Nada es más ambiguo y a la vez más importante. Sobre la felicidad se cuestionan sobre todo los infelices, los felices normalmente no se dan cuenta de su felicidad. Y los poderosos nunca debieran hablar de felicidad, mucho menos de la ajena, porque suena a orden, a mandato, "sea feliz o va preso"; si se actúa según lo mandado la dicha está garantizada.
Hugo Chávez Frías fue el primer gobernante venezolano que ofreció felicidad. Era el tufo totalitario de la expresión de Bolívar "suprema felicidad social" en clave marxista. La superioridad de Chávez sobre el resto de los mortales era tal que la bienaventuranza era su monopolio, sólo el chavista podía ser feliz. Convertir un concepto esencialmente personal en un instrumento político fue una originalidad del Comandante Eterno, pero sólo a los efectos venezolanos. Los líderes totalitarios siempre se han considerado la única fuente de la felicidad de sus pueblos, bien la felicidad estuviera en el panteón ario, en el paraíso comunista o en el gran salto adelante.
La felicidad se convirtió en un cometido del Estado venezolano, del plan de la patria. Entre otras ridiculeces de la repetición de frases huecas que es ese plan (más huecas que nunca ahora que no hay dólares para llenarlas), la palabra felicidad va y viene de página a página, de párrafo a párrafo, suerte de comodín que todo lo justifica. En aras de la felicidad todo es válido, hasta el atropello más brutal o la corrupción más vil. Por supuesto, en la base de estos razonamientos está la idea tan querida a todo totalitarismo de que las personas no saben lo que les conviene, que el pueblo que no está de acuerdo con el líder está engañado por alguna fuerza más o menos oscura, para Chávez los grandes medios de comunicación y los videojuegos.
En este dislate se inscribe el nuevo proyecto estatal venezolano de las Navidades Felices. (Venezuela es el payaso del mundo, un payaso muy peculiar porque se molesta si le ríen las ocurrencias). El Estado venezolano no garantiza la vida ni de quienes se supone que la garantizan y así requiere que sus policías tengan guardianes (Maduro dixit), pero en cambio asegura que tendremos navidades maravillosas, o sea, felices. La palabra no puede faltar, porque si alguien cae por inocente por anticipado y se alegra por este aumento salarial escuálido, será feliz; y si se da cuenta y espera algún bienestar material para Navidad que nunca llega, se le dirá en cadena que la felicidad está en el compartir colectivo y no en las veleidades del consumo capitalista. La felicidad da para todo, es el perfecto comodín.
Las navidades felices se organizan a un año del Dakazo. Como dijo todo el mundo entonces, ese saqueo programado sirvió para que el gobierno sacara unos voticos más y se salvara de una pela, y para vaciar por mucho tiempo, va un año y sigue la cuenta, los anaqueles de las tiendas y abastos. Más nunca, Maduro, compró, importó produjo nada, dicen los comerciantes inclusive en los medios. Que el gobierno solito compra y venda, y ya se sabe que sin el barril a cien no puede. Mercal fue un éxito a realazos.
Hasta esta irresponsabilidad que dejó desabastecido al mercado venezolano se justifica en aras de la felicidad. El problema y la desgracia para el gobierno es que ya nadie se cree el cuentico. El quiebre sociológico que significa que ya en las encuestas quienes se declaran opositores superen a los chavistas implica que el chavismo sólo sobrevivió dieciocho meses a Chávez. La felicidad chavista fue la más consumista de todas, era la felicidad de una clientela que sólo pudo atenderse unos meses más luego de la muerte del líder.
El momento estelar de Hugo Chávez y su proyecto no fue en el pico de la bonanza, allá por el 2007, sino inmediatamente antes, durante y después del paro petrolero: "con hambre y desempleo con Chávez me resteo", coreaban sus seguidores en las que fueron las más infelices navidades de la historia, si se miden por el criterio del gobierno de hoy. El ideal chavista era verdadero, genuino, sincero en muchos venezolanos, todavía no había vuelos privados e institutrices para los ministros o al menos no lo sabíamos. Pero vinieron las misiones y las listas negras como la de Tascón, la compra del voto y de las conciencias con migajas y miedo, los maletinazos y los boliburgueses, el asedio a toda libertad y a toda iniciativa, el culto a Chávez. Una parranda socialista que duró lo que duran las parrandas: lo que dura la caña.
Navidades felices. Una prueba más de que el siglo XXI todavía no ha empezado en Venezuela, de la misma manera que el XX empezó en 1935. Con la diferencia de que el gomecismo no era una ideología, era a lo más la idea del gendarme necesario, nadie decía ni mucho menos creía que Gómez o Gil Fortoul salvarían a la raza humana o harían feliz a nadie.
Navidades felices.
En enero, desgracia.
@glinaresbenzo
Gustavo Linares Benzo
Navidades felices
El Universal. Caracas, 8 de noviembre de 2014