Yo no vivo en una burbuja. Por deformación profesional y por genética ciudadana, estoy en contacto día a día con la Venezuela de verdad. Evito a todo evento caer en el ejercicio de tragarme fantasías de esas necias con las cuales algunos interesados quieren domesticarnos. Veo y observo; oigo y escucho. Y me doy cuenta que la gente normal y corriente ha llegado ya a punto de saturación. No se cala ni un minuto más la sarta de tonterías que escucha de los políticos.
El otro día me escribía con un político e intentaba, creo que con éxito, explicarle lo que concluyo. No tenemos República. Carecemos de los principios elementales republicanos. Y no puede haber democracia, igualdad, progreso, libertad, justicia o futuro si no tenemos República. Si no tenemos República, no somos republicanos. Y si no somos republicanos no podemos ser venezolanos. Si Venezuela no es una República, no es una nación, ni un país, mucho menos una patria. Eso es lo que se ha logrado luego de años de torpe politización de la ciudadanía, de desgraciado ejercicio de retóricas y mentiras repetidas hasta la nausea.
Pero la solución a los problemas creados por la política está paradójicamente en la política. Si la política y los políticos hacen bien su trabajo, pues los ciudadanos pueden dedicarse a hacer su trabajo, que no es hacer política, sino producir bienes y servicios, construir, sembrar, cosechar, hacer familia, educar, etc. Cuando explico esto a las personas con quienes me relaciono por diversas vías, uso un lenguaje sencillo. Al fin y al cabo, sólo quiero explicar, por ejemplo, cuál es la importancia de una Asamblea Nacional Legislativa que realmente haga sus deberes, tal como procede y está mandado por nada menos que la Constitución Nacional. Como yo no soy abogado, uso palabras del común.
El Parlamento Nacional de una República tiene tres funciones, sin orden de importancia: hacer las leyes, revisar y controlar a los poderes del Estado (muy en particular al gobierno) y ser el lugar en el cual se discute el país, el país que tenemos, el país que intentamos tener, el país que podemos y debemos tener y, muy importante, el país que no debemos ser, el país que no debemos tolerar ni admitir.
La Asamblea Nacional actualmente está dominada por la revolución bonita. Tienen los votos suficientes para hacer lo que le venga en gana. Pero contrariamente a lo que pueda parecer, el gobierno no controla a la AN. Es exactamente al revés; la AN manda sobre el gobierno y sobre todos los otros poderes. El gran cacique en Venezuela no es Nicolás Maduro; es Diosdado Cabello, un diputado que por cierto no fue elegido nominalmente sino en las listas del PSUV y que, en las formas y los hechos, es el hombre más poderoso de Venezuela. Cuando se le otorgó a Nicolás Maduro el triunfo en las elecciones presidenciales sin el recuento voto a voto que la situación de cuasi empate exigía por elemental lógica, Maduro firmó su acta de sumisión. Se produjo entonces la paradoja de que un hombre que había perdido la reelección de la gobernación de Miranda y que había arribado al cargo de diputado por ante la Asamblea Nacional, porque había conseguido estar en la lista de los candidatos en una posición salidora, se convirtiera en el verdadero jefe de Estado y mandatario del país. Chávez no lo había escogido para ser su sucesor porque desconfiaba de él y tal desconfianza le había quedado patente a partir de varios gestos de Cabello en momentos complicados de la revolución, vg, los sucesos de abril de 2002 cuando ojitos lindos se escondió en una guarida de la cual sólo salió cuando el hoy tan detestado Baduell le garantizó que a Chávez lo restablecerían en el poder en cuestión de horas.
Las elecciones de medio término marcarán el futuro de Maduro. En todo sentido. Y el sendero que tiene por delante no es de pétalos de rosas. Si la revolución continúa con el mandato de Diosdado en la AN, Maduro pasará cada día de lo que le resta del período presidencial caminando sobre la cuerda floja, dependiendo de lo que Cabello quiera y decida. Es decir, Nicolás permanecerá sobreviviendo en su actual sumisión. Y la sumisión de Maduro es también la sumisión del país. La única manera entonces de tener República es liberar a la Asamblea Nacional del yugo de Diosdado Cabello y sus fichas.
Soledad Morillo Belloso
¿Para qué sirve la Asamblea Nacional?
El Universal. Caracas, 10 de abril de 2015