Siguiendo los pasos de Unasur, Mercosur y Parlasur, el pasado 17 del corriente, la Alianza Bolivariana para las Américas (Alba), reunida en Caracas, se sumó al coro de las organizaciones regionales de izquierda acercando su apoyo al maltrecho régimen de Nicolás Maduro, inmerso en un maremágnum político y diplomático a raíz de su agrio entredicho con el gobierno de Barack Obama, que aplicó sanciones a funcionarios y militares de alto rango de su gobierno, por violación de derechos humanos en la sangrienta represión contra opositores al gobierno en 2014.
Solo falta la Celac para que se complete la grotesca cruzada izquierdista a favor del tambaleante gobierno del heredero de Hugo Chávez, cada vez más acogotado en casa y desde fuera, más por su propia torpeza que por la supuesta injerencia del gobierno de los Estados Unidos que, pese a todo, le sigue comprando su petróleo como prueba de que no tiene ninguna intención de perjudicar a la desquiciada economía del otrora próspero país caribeño. Lo que el gobierno del presidente Obama ha hecho no es otra cosa que hacer uso de sus facultades soberanas dentro de su país, para exigir que el Gobierno venezolano respete los derechos humanos de sus ciudadanos y las libertades consagradas por la democracia en la ley internacional.
Que Alba, Petrocaribe y otras organizaciones títeres de izquierda creadas por Hugo Chávez y Fidel Castro con la finalidad de denostar a Estados Unidos se solidaricen en estos momentos con el gobierno de Nicolás Maduro, no constituye ninguna sorpresa: tienen la propia sobrevivencia que perder si este decide cortarles los 150.000 barriles de petróleo por día que les proporciona gratis. Pero que lo hagan Unasur, Mercosur y Parlasur, de los que Paraguay forma parte, constituye una afrenta a la dignidad y tradición democrática del continente suramericano; una vergonzosa prostitución de los principios que alentaron sus nacimientos y fines constitutivos, tales como la preservación de la democracia como forma de gobierno, respeto a la soberanía de los Estados, la integración regional, mercado común, etc., etc.
El tratado constitutivo de Unasur se firmó en Brasilia el 23 de mayo de 2008, entrando en vigor el 11 de marzo de 2011. La componen las 12 repúblicas independientes de América del Sur y la sede de su Secretaría General es Quito, Ecuador. Sus fines y objetivos fueron esbozados a través de una estridente retórica que enfatizaba la integración económica del continente mediante la progresiva convergencia de las normas del Mercosur. También la creación del Banco del Sur y la construcción de un anillo energético conectando a Venezuela con Brasil, Argentina y Uruguay para el transporte de gas y petróleo. A propuesta de Brasil y Venezuela se creó, asimismo, un Consejo de Defensa Suramericano destinado a servir como mecanismo de seguridad regional, prescindente de los Estados Unidos.
Siete años después, Unasur continúa siendo una caricatura de integración regional y de cooperación económica, empezando con Brasil y Argentina, los dos países más cerrados al libre comercio, inclusive dentro del ámbito del Mercosur, creado también con bombos y platillos pero que ha devenido un feudo de los dos socios mayores. Al igual que el Mercosur, Unasur es más bien un foro regional creado por la ambición geopolítica de Brasil para demostrar al mundo su hegemonía política y económica en el continente suramericano. Su propulsor fue el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien, entusiasmado por el espectacular momentáneo repunte económico de su país que lo acercó a la 6ª posición en la escala de la economía global en algún momento, se dejó cegar por visiones de grandeza imperial que lo llevaron a intentar posicionarse en directa confrontación con Estados Unidos en asuntos delicados de la política internacional, como su fallida tentativa –junto con Turquía– de intervenir en la disputa de las grandes potencias de Occidente con Irán en cuanto al proyecto atómico de este país asiático.
Con el torrente de petrodólares de Venezuela como pegamento, manejado discrecionalmente por Hugo Chávez, este, en estrecho entendimiento con Lula da Silva y Fidel Castro, decidieron constituir la alianza regional de Unasur, cuyo único y evidente objetivo fue la exclusión de la OEA de la administración de los asuntos políticos y diplomáticos de las naciones americanas.
Como era de esperar, todos los objetivos de estas organizaciones de fachada se fueron diluyendo como pompas de jabón. Por ejemplo, con gran fanfarria fue anunciada la creación del Mercado Común suramericano, mediante la progresiva convergencia de los procedimientos del Mercosur y la Corporación Andina (CAN), que hasta ahora duerme el sueño de los justos en las calendas griegas. Lo mismo con la cacareada creación del Banco del Sur, quiméricamente destinado a suplantar al Fondo Monetario Internacional. Ni qué decir del “anillo energético” que correría desde Venezuela hasta la Argentina transportando gas y petróleo (mientras al Paraguay ni siquiera le permiten vender su energía hidroeléctrica al Uruguay). Lo mismo puede decirse de los mecanismos de seguridad regional mediante la creación del Consejo de Defensa Suramericano, así como de otros faraónicos emprendimientos regionales que jamás se dieron ni podrán darse, menos aún con la contaminación ideológica retrógrada que ha sufrido con resabios de la vulgata marxista, que convirtió a la Unasur en un sumidero de inmoralidad política, como puede constarse con el cínico respaldo arrimado últimamente al gobierno totalitario de Nicolás Maduro, verdugo del pueblo venezolano.
Paraguay, que no corta ni pincha, víctima propiciatoria de los extravíos ideológicos de la extrema izquierda marxista empotrada dentro de Unasur, de ninguna manera debe acompañar iniciativas como las que humillaron su dignidad y pisotearon su soberanía en ocasión de la destitución del presidente “bolivariano” Fernando Lugo en 2011. Debe sacudirse de encima la influencia de estos organismos parásitos inútiles impulsados por cuatro o cinco matones rencorosos que se creen líderes mesiánicos y están llevando al despeñadero a nuestra región, tal cual lo demuestran en Venezuela.
En verdad, Unasur es un prostíbulo de la democracia, donde, por unos cuantos miserables barriles de petróleo, varios gobernantes latinoamericanos la fornican abiertamente cuando les da la gana.
ABC
Editorial
Unasur, un prostíbulo
ABC. Asunción, 22 de marzo de 2015