Después de 10 años, el pasado 6 de noviembre Venezuela compareció
ante el Comité Contra la Tortura de la ONU que escuchó la presentación
de las diferentes ONGs nacionales e internacionales que se ocupan de
estos temas y las explicaciones que tuvo a bien brindar el gobierno.
Sólo voy a mencionar un dato que es suficientemente revelador de la
gravedad de la situación y de la impunidad con la que actúan los cuerpos
represivos:
en 10 años hubo 9.000 denuncias de torturas y sólo 12 acusados de perpetrarlas.
En esos 10 años, además de la impunidad evidenciada en las cifras
mencionadas, Venezuela se ha negado sistemáticamente a recibir la
visita del Relator contra la Tortura, a ratificar el Protocolo
Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas
Crueles, Inhumanos o Degradantes y se retiró del sistema Interamericano
de Derechos Humanos dependiente de la OEA. No hay que ser mal pensado
para ver en este conjunto de hechos una actitud premeditada dirigida a
evitar el control y la condena de los organismos internacionales a costa
de la indefensión de las víctimas y la impunidad de los represores.
Ta barato, dame dos.
Durante ese mismo lapso Venezuela disfrutó de los ingresos
petroleros más altos de toda su historia, circunstancia que el Tte.
Cnel. Chávez supo aprovechar.
Con un estilo simpático, dicharachero y campechano -muy
venezolano, hay que decirlo- y seguramente con una interesada asesoría
de la Habana, manejando con gran habilidad sus condiciones de caudillo
en un país con débiles instituciones democráticas, el Tte. Cnel.
desplegó una agresiva política internacional con el tradicional discurso
integracionista y antiimperialista típico de nuestros gobiernos, pero
respaldado por una abultada chequera.
En esos 10 años Venezuela promovió su incorporación a Mercosur y
apoyó con decisión la creación de Unasur y de otros organismos
subregionales como el Alba, más dócil a sus propias políticas.
El
problema está en que estos organismos –que entre sus principios
constitutivos tienen la defensa de la democracia y de los DDHH- no
cuentan con mecanismos independientes de supervisión y control en estas
materias.
No es ninguna novedad el decir que en política internacional no
hay ideologías sino intereses, pero cuando esos intereses cuentan además
con una ideología y un discurso político común, realmente se tejen unas
alianzas muy difíciles de derrotar, de otra manera no se explicaría
cómo es que en todos estos años las grandes potencias del mundo no han
logrado poner coto a los paraísos fiscales, al lavado de dinero y al
tráfico de estupefacientes, o cómo es que Suiza -adalid mundial en
materia de DDHH- se ha resistido tanto a terminar con el secreto
bancario y a devolver a los judíos los depósitos de sus bienes robados
que el nazismo hizo en sus bancos.
En nuestro caso, la alianza que Chávez logró forjar explica,
aunque de ninguna manera justifica, el estruendoso silencio de sus
socios regionales ante las terribles violaciones que su régimen ha hecho
de los principios democráticos y de los DDHH en Venezuela.
Algo habrán hecho
Lo que resulta mucho más difícil de explicar, especialmente en el
cono sur, es el mecanismo mediante el cual esas alianzas de intereses y
poder bajan hasta ser aceptadas por las poblaciones de esos países y,
más difícil aún, comprender cómo es que llegan a constituirse en
verdaderos procesos de autocensura, e incluso complicidad, entre los
comunicadores e intelectuales -defensores de los DDHH- que optan por
callar antes que denunciar a un gobierno que consideran aliado de aquel
al cual respaldan.
Salvo la notables excepciónes de la hija de Allende, la Senadora
María Isabel Allende y de Fernando Mires quienes han fijado una clara
posición de “tolerancia cero” frente a las violaciones de los principios
democráticos y de los DDHH en Venezuela,
hasta ahora no hemos
visto dirigentes del Frente Para la Victoria en Argentina ni del Frente
Amplio en Uruguay con posiciones claras al respecto.
Con relación a los medios de comunicación, comunicadores e
intelectuales de los países del cono sur el panorama es aún más grave.
Su silencio, muy parecido al famoso “algo habrán hecho” que imperó
durante la dictadura de Videla y que llevó a mucha gente progresista a
callar frente a las barbaridades del régimen, resulta incomprensible
frente a hechos que han sido del dominio público durante años.
Parafraseando a Galeano, uno podría decir: ¿hasta cuando seguirá
llamándose “no hacer el juego al imperio” el silencio de políticos,
intelectuales y comunicadores ante gobiernos -que se proclaman
anti-imperialistas y progresistas- pero violan sistemáticamente los
principios democráticos y los DDHH ?
Leonardo Pizani
Venezuela, la tortura y el cono sur
Infobae. Buenos Aires, 12 de noviembre de 2014