Numerosos venezolanos, casi todos provenientes de partidos cercanos a la izquierda democrática, se hicieron la ilusión de que Nicolás Maduro sería capaz de reorientar a Venezuela, superando los muy graves errores políticos y económicos cometidos por Hugo Chávez. En verdad, yo no pensé de esa manera. Nicolás Maduro me pareció una personalidad demasiado débil para poder enfrentar una situación tan compleja como la que tiene su gobierno. El problema comenzó desde el principio. La decisión tomada por Hugo Chávez tenía que crear en amplios sectores del chavismo, particularmente en los militares comprometidos el 4 de febrero, una importante resistencia. De todas maneras, era tan fuerte la autoridad de Chávez que nadie se atrevió a oponerse a dicha candidatura. Allí estuvo el primer error de Nicolás Maduro. No aprovechar el inicio de su gobierno para imponer su autoridad. Lamentablemente, no lo logró.
Era imposible resolver tan delicado asunto sin lograr fortalecer una propia personalidad política. Creer que el prestigio de Chávez iba a ser suficiente, fue el segundo gran error. Era necesario, lanzar con audacia un conjunto de acciones que le permitieran fortalecerse para poder controlar los dos grupos que, con certeza, lo iban adversar: el chavismo radical y los militares del 4 de febrero. Tuvo varias oportunidades para hacerlo. Una casi de inmediato: ordenar la libertad de los presos políticos y el regreso de los exiliados. Sólo esta medida le hubiera dado un propio perfil político que lo habría ayudado a obtener una mayor votación en las elecciones presidenciales. En caso de que hubiera habido que recontar los votos, debió aceptar la propuesta de Capriles. De todas maneras, logró superar la crisis y triunfar en las elecciones municipales. Era otra oportunidad para fortalecer su autoridad. También la dejó pasar...
Lamentablemente, en política las oportunidades siempre son escasas. La crisis empezó a manifestarse con particular intensidad: marcada inflación, grave inseguridad y escasez de productos de primera necesidad. Era imposible que tan delicada situación económica no tuviera una expresión política. El descontento se manifestó a través de un sector particularmente combativo: los estudiantes. La manifestación del 12 de febrero fue un primer estallido, que pudo haberse solucionado con cierta facilidad: liberar a los primeros estudiantes detenidos en San Cristóbal, antes de la manifestación en Caracas, era una medida imprescindible si en realidad se deseaba superar, sin mayores complicaciones, el enfrentamiento estudiantil. Sorprendentemente, se hizo lo contrario. Un agente del Sebin asesinó a dos estudiantes. Las razones no son fáciles de explicar, pero claramente se percibe algún interés político...
A partir de ese momento, el estallido popular fue tomando particular fuerza. El camino inicial del gobierno fue la represión. Los estudiantes mantuvieron con firmeza su posición. El número de muertos, heridos torturados y detenidos alcanzó tal gravedad que obligó al gobierno a proponer un diálogo con la oposición. El gobierno propuso, como garantes de dicho diálogo, a la Unión de Naciones Suramericanas. La MUD aceptó el diálogo, con ciertas condiciones: un representante del Vaticano como mediador y el reconocimiento por parte del gobierno de cuatro puntos como base de la discusión. Esos puntos fueron: "una ley de Amnistía para todos los detenidos políticos, una Comisión de la Verdad realmente independiente, un acuerdo que permitiera la renovación equilibrada de los poderes públicos y la desmovilización y desarme de los grupos paramilitares, mal denominados colectivos, con verificación internacional".
La negociación, como era de esperarse, no ha avanzado ni un ápice. Los grupos radicales del chavismo, liderados por Diosdado Cabello, han hecho lo imposible por sabotear las conversaciones. La mejor demostración fue la reciente designación por el Parlamento de una Comisión de la Verdad sólo constituida por representantes oficialistas. Este desafío del chavismo radical tiene que ser analizado. Además, hay otro elemento: el incremento de las acciones represivas dirigidas por el general Miguel Rodríguez Torres. ¿Estas dos acciones están respaldadas por Nicolás Maduro o por el contrario es una clara demostración del rechazo del sector radical del chavismo a su política de diálogo? Estoy convencido que Maduro prefiere aceptar la imposición del chavismo radical que enfrentar una crisis interna de consecuencias impredecibles. Naturalmente, a la MUD no le quedó otra alternativa que suspender las conversaciones. Los garantes tienen la última palabra...
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Los temores de Maduro
Fernando Ochoa Antich
El Universal. Caracas, 18 de mayo de 2014