En el curso de estos últimos días, ese dichoso diálogo al que todos convocan pero que nadie parece estar dispuesto a entablar con seriedad ha dado evidentes señales de estar una vez más a punto de morir de mengua y soledad. Incluso el lunes la MUD anunció que quedaban suspendidas las reuniones técnicas previstas entre los representantes del gobierno y de los partidos tradicionales de la oposición. Hasta que se pusiera fin a la represión, advirtieron sus dirigentes, quizá el jueves 15 de mayo, fecha en que está prevista una reunión de ambas instancias, al más alto nivel, con algunos cancilleres de Unasur.
Lo cierto es que en esta ocasión, de nuevo, el recurso del diálogo fue un simple argumento retórico para desmovilizar la creciente protesta de los estudiantes, que estalló en todo el país a partir del 12 de febrero, Día de la Juventud, para exigirle a Miraflores la libertad de sus compañeros de Mérida y San Cristóbal, presos por las manifestaciones de una semana antes y trasladados arbitrariamente a la cárcel de Coro. La torpe actitud de Nicolás Maduro y su gobernador Vielma Mora frente al mundo los hizo actuar como simples guapetones de barrio. La fuerza siempre contra la razón. Ese error, producto de la mentalidad intolerante del régimen, provocó una tormenta en el país, descolocó en su posición de cómoda indefinición a la MUD y condenó al gobierno a sortear la turbulencia de una crisis que no cesaba de crecer a nivel nacional. Fue por eso, y nada más que por eso, que una vez más Maduro le echó mano al comodín del diálogo para desmovilizar la rotunda protesta callejera. Como siempre, la MUD aceptó esa trampa y poco a poco la buena voluntad de los venezolanos se encargó de buscar en la nueva mesa de negociaciones una salida pacífica a la crisis, que es lo que sin lugar a dudas deseamos todos, aunque en el fondo sepamos que tal como están las cosas no es posible todavía transitar ese camino.
No hizo falta mucho más para que Maduro y compañía se engolosinaron con ese éxito inicial de su falsa disposición al diálogo y, en lugar de aprovechar la ocasión para recoger velas y eludir los peligros finales de la tormenta, dejaron de lado los sólidos beneficios de entenderse con los otros y en cambio acrecentaron la represión contra las últimas manifestaciones de la protesta estudiantil, que al cabo de tantas semanas se había propagado y se había hecho protesta ciudadana. La historia de este malentendido oficial lo recoge El Nacional en su edición del martes, bajo un titular muy significativo: “MUD exige fin de la represión para que continúe el diálogo”.
El punto decisivo de este retroceso irracional y contraproducente del gobierno se produjo el jueves 8 de mayo. Primero, porque esa madrugada, en una operación típica de los ejércitos de ocupación, centenares de miembros de los cuerpos represivos del régimen cayeron sobre algunos de los llamados “campamentos estudiantiles”, desmantelaron con violencia extrema las muy precarias instalaciones y se llevaron presos, sin piedad, a centenares de jóvenes, muchos de ellos menores de edad, en una redada que recuerda a las de Pinochet en Chile y a las de Fidel Castro en Cuba. De este modo inesperado se abandonaba la ocasional violación de los derechos humanos al aplicar una política de represión selectiva, y se ponía en marcha una política de represión sistemática y colectiva, seña de identidad de los regímenes totalitarios con retorcidos fundamentos ideológicos.
A media mañana de ese jueves se produjeron otros dos sucesos reveladores de las verdaderas intenciones políticas del gobierno. Por una parte, se canceló la ya muy tardía primera audiencia de Leopoldo López ante los tribunales de justicia, al menos para cumplir con las formalidades de la ley. Por la otra, Miguel Rodríguez Torres, que el día anterior había anunciado que por la tarde se reuniría con los representantes de la MUD para mostrarles las contundentes evidencias de la conjura internacional contra Venezuela fraguada hace años en una fiesta mexicana bajo el padrinazgo de Vicente Fox y Álvaro Uribe, ex presidentes de México y Colombia, ahora informaba que la reunión quedaba suspendida hasta nuevo aviso.
Estas tres decisiones oficiales, y por supuesto la coincidencia en el tiempo de los tres disparates, sacudieron la paciencia hasta de los más ingenuos espíritus opositores. Y de paso obligaron a la MUD, presionados sus dirigentes por la firme presión de la calle, a cancelar sus reuniones con Maduro y sus lugartenientes hasta ver si esta contumaz campaña represiva se interrumpe definitivamente con la llegada de unos cancilleres latinoamericanos que también puede que estén, a pesar de todos los pesares, a punto de perder la paciencia.
Mientras ese momento llega, queda flotando en el aire la ominosa sospecha de que las múltiples convocatorias de Miraflores al diálogo, desde aquella que dio lugar a la tramposa Mesa de Negociación y Acuerdos patrocinada después de los sobresaltos de 2002 por César Gaviria y Jimmy Carter, siempre han sido, y hoy lo son aún más, el verdadero y único trapo rojo que en ciertas ocasiones de riesgo enarbolan desde el balcón del pueblo una y otra vez para desmovilizar a las fuerzas de la oposición y desmoralizarlas. Como si estas reiteradas y falsas llamadas, en lugar de ser justas y democráticas respuestas a los anhelos de la mayoría de los venezolanos, en realidad fueran la artimaña más perversa para acabar con las ilusiones de un pueblo indignado por una crisis sin aparente solución, y por el uso de la represión, no como legítimo recurso defensivo de un gobierno democrático contra posibles enemigos, sino como política de Estado para suprimir hasta el derecho elemental de los ciudadanos de pensar en libertad.
Diálogo, el gran trapo rojo
Armando Durán
El Nacional. Caracas, 14 de mayo de 2014