Venezuela y la Izquierda Disney
GISELA KOZAK ROVERO
El Tiempo. Blog Cuadernos de Literatura. Bogotá, 31 de marzo de 2014
Al leer los comunicados “Situación de Venezuela”, de la Red Conceptualismos
Sur, y el correspondiente a la directiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales (CLACSO), los cuales circulan por distintas redes sociales, no se puede
sentir menos que sorpresa al ver la reedición de los maniqueísmos de la guerra
fría en círculos académicos, intelectuales y artísticos en los que suponíamos
había calado la reflexión sobre el fracaso de los socialismos reales del siglo
XX. Estos círculos han tenido una indudable hegemonía dentro de las
convencionalmente llamadas ciencias sociales y humanidades y, luego de dicho
fracaso, se empeñaron en renovar sus armas contra el neoliberalismo y contra
el enemigo de siempre, la hegemonía norteamericana, con un nuevo discurso. El
postmarxismo ─con autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Judith Butler,
Slavoj Žižek, Michael Hardt, Toni Negri entre otros─ se propone superar esquemas
como la lucha de clases en el contexto del materialismo histórico, teoría que
suponía el socialismo como destino inevitable del capitalismo. El Foro Social
Mundial asume por su propia naturaleza y organización la imposibilidad del
estado nacional como vía de transformación de la sociedad y la noción de
movimientos sociales sustituye el vocablo mágico revolución. Jesús Martín
Barbero y Néstor García Canclini nos enseñaron que nuestras múltiples culturas
y maneras de ver el mundo sobrepujan la identidad nacional, el impacto de los
medios de comunicación y de la hegemonía cultural norteamericana y dejan claro
que no somos unos autómatas manejados por la ideología dominante. En los
terrenos de la crítica cultural lo más radical de este período hasta inicios
del siglo XXI fue el empeño de un sector de los llamados estudios culturales
(con figuras como John Beverley con gran influencia sobre unos cuantos
venezolanos que han estudiado literatura en Estados Unidos) en subrayar la
fuerza colonialista, racista, patriarcal y hegemónica de la literatura. Beverley
califica de neo-conservadores a críticas como la argentina Beatriz Sarlo por
plantearse la cultura no solamente como el brazo ideológico del poder hegemónico
para aplastar a los subalternos sino como la expresión de las complejidades
inherentes a toda sociedad.
Esta etapa de redefinición política y teórica no ha significado una
renovación profunda a juzgar por los comunicados antes mencionados. Con cuánta
rapidez se vuelve a lugares comunes del pasado y con cuanto entusiasmo cierta
izquierda se hace eco del discurso antinorteamericano del gobierno venezolano y
de su decidida disciplina de la mentira respecto a la historia de mi país y las
luchas de los sectores populares. Esta izquierda abreva en las fantasías
anticapitalistas al uso en América Latina y convierte a todo el continente en
un solo bloque en el que todos los fenómenos pueden ser interpretados y
explicados de la misma manera. Es una izquierda que en lugar de (post)marxista
parece galeanista pues da la impresión de concebir cada país como una
ilustración del tendencioso panfleto Las venas abiertas de América
Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. En lugar de estudiar con detenimiento
y honestidad intelectual las realidades nacionales es prisionera de un discurso
sobre nosotros heredado del siglo XX que tiene su génesis en el apoyo a la
revolución cubana, la nueva esperanza de la izquierda radical después de la
triste historia de sangre y horror del estalinismo. En estos grupos de izquierda
─verdaderos neo-estalinistas dado su dogmatismo así se vistan con los ropajes de
Laclau o Hardt─, el principio del placer, la satisfacción ideológica fácil en
este caso, se impone por sobre el principio de realidad. Como diría Raymond Aron
(horror, un pensador liberal) la “ideocracia” importa más que la democracia. De
este modo Venezuela viene a sustituir a Cuba y a Nicaragua para esta izquierda,
a las que algunos venezolanos en redes sociales calificamos de “Disney” por su
propensión a contemplar a América Latina como un parque de diversiones
anti-hegemónicas. Aunque unos cuantos de los hombres y mujeres que la integran
viven en América Latina, es muy frecuente que estén radicados en Estados Unidos
o en Europa Occidental porque, que duda cabe, mejor trabajar en estos lugares
que hacerlo en Cuba o Irán de modo permanente o quedarse en Venezuela a devengar
los sueldos de hambre de la academia nacional. No: ser chavista en una
universidad del imperio es mucho mejor: ¿será por aquello de la “distancia
analítica”?
Desde la perspectiva de esta izquierda, el 49% de los votantes venezolanos
que estamos en la oposición (según cifras oficiales del Consejo Nacional
Electoral en las elecciones presidenciales de abril de 2013) protestando por
vivir unas tasas de inflación, inseguridad personal y desabastecimiento de las
más altas del mundo, somos unos supremacistas blancos, descendientes de
inmigrantes europeos que antes de 1998 mantuvimos una suerte de “apartheid”
sobre afrodescendientes, indígenas y mestizos. De acuerdo a estos cuentos de
horror de la izquierda Disney, este 49%, poco más de siete millones de
personas, pertenecemos a las clases medias acomodadas o a la burguesía y hemos
explotado a los otros poco más de siete millones de venezolanos seguidores del
oficialismo, a los que odiamos y despreciamos por motivos de clase y raza. Es
decir, en Venezuela hay un explotado por cada explotador, curiosísima
circunstancia que supongo nos hace únicos en el mundo. De más está decir que
somos los sirvientes del gobierno norteamericano y la derecha colombiana y
nuestros líderes son unos fascistas, peones de USA, gente blanca que de llegar
al poder inmediatamente cancelará la educación pública, los programas de salud y
las pensiones de vejez para poner el petróleo en manos de las transnacionales,
porque, por supuesto, nada en Venezuela pasa al margen de los intereses de
Estados Unidos.
Semejante visión satisface las ortodoxias raciales y seudo-progresistas con
las cuales las viudas y viudos de las fracasadas revoluciones comunistas del
siglo XX se apropiaron de las legítimas ansias de transformación necesarias en
un mundo globalizado amenazado por el deterioro ecológico, la violencia y la
pobreza, pero es un insulto para los hombres y mujeres de una nación enfrentada
y dividida que sufrimos cada día de nuestra vidas las consecuencias nefastas de
la revolución bolivariana. Es un insulto y es mentira, MENTIRA con todas sus
letras, una mentira que cubre cual espeso manto ideológico la historia de
Venezuela, su economía y sus luchas sociales y políticas. La oposición
venezolana, al igual que el sector oficialista, está constituida por gente de
todos los sectores sociales y colores de piel, le guste o no al puritanismo
racial que cierta academia asociada con izquierda Disney trata de imponer en
sus análisis sobre América Latina, pues solamente un puritanismo absurdo puede
convertir el color de la piel en la explicación última de lo que ocurre en
Venezuela. Mientras en Estados Unidos no permitían que las personas
afroamericanas se sentaran en los mismos asientos de los angloamericanos en los
autobuses, nosotros tuvimos un ministro negro de educación como fue Luis Beltrán
Prieto Figueroa en los años cuarenta del siglo pasado. Además, el voto es
universal, directo y secreto desde 1947. La educación, la salud públicas y
gratuitas, las pensiones de vejez y los programas sociales (conocidos como
misiones) no son un invento de la revolución pues existían desde hacía décadas.
En Venezuela se impuso una economía rentista dependiente del petróleo y el
estado siempre ha sido el gran administrador del ingreso; este modelo entró en
crisis en los años ochenta del siglo pasado por los vaivenes de los precios del
crudo y porque los gobiernos se endeudaron irresponsablemente para satisfacer un
populismo improductivo, historia que vuelve a repetirse ahora a pesar de los
altísimos precios del petróleo con las consiguientes consecuencias desastrosas
para la población y sin los resultados en obras públicas y servicios de
gobiernos anteriores. La “derecha” en Venezuela es una coalición de
centroizquierda, con organizaciones como Voluntad Popular (partido de Leopoldo
López), Avanzada Progresista, el MAS, Alianza Bravo Pueblo y AD, inscritos en la
Internacional Socialista. María Corina Machado es demócrata liberal y Henrique
Capriles, de Primero Justicia, se define como socialdemócrata. ¿Fascismo? Por
supuesto que no, desde 1958 Venezuela tiene una democracia de partidos. En
cuanto a Estados Unidos muy ocupado en otros asuntos, me permito sugerir, sobre
todo a los colegas estadounidenses, que dejen de pensar que todo gira alrededor
de su país. Aunque en su ceguera neoestalinista la izquierda Disney no lo crea,
pasan cosas en el mundo que no tienen que ver con USA porque, en el caso
venezolano, tenemos nuestra propia historia y problemas. No pareciera muy
sensato creerle al gobierno revolucionario que la mitad de los votantes son
lacayos del imperio.
Entre nosotros quienes se ha ocupado de tratar de construir un estado
corporativo y autoritario son los jerarcas rojos de la revolución bolivariana,
quienes promueven vía políticas educativas, culturales y comunicacionales un
costosísimo culto a la personalidad del Comandante Supremo, culto que tiene las
características de una religión de estado que mezcla a Cristo, Simón Bolívar y
Chávez en una santísima trinidad revolucionaria que ocupa hasta altares
domésticos. Los integrantes de la izquierda Disney deberían preguntarse si un
gobierno que para desprestigiar a su adversario dice que es homosexual, como se
ha hecho con Capriles Radonsky, es el gobierno progresista, la marea “rosada”,
que satisface sus anhelos de cambio. Si la alternativa a las transnacionales de
la información es el monopolio estricto del gobierno venezolano sobre los
canales del estado usados como instrumentos de propaganda contra el enemigo, al
mejor estilo cubano y soviético, me quedo con los sistemas informativos de las
denostadas democracias liberales en los que es posible encontrar posiciones
radicalmente distintas. Lo que para la izquierda Disney son diversiones
anti-hegemónicas para nosotros es sufrimiento, pobreza y exclusión. Y, por
favor, antes de que se piense en 11 de abril de 2002, debo señalar que el
golpismo en Venezuela fue la vía con la que Chávez comenzó a calar entre sus
futuros votantes y que la gente, verbigracia Pedro Carmona, que llevó a cabo la
payasada autoritaria que devolvió al Comandante Supremo a la presidencia a la
cual había renunciado, se parece más al propio Chávez que a la oposición
venezolana actual.
Conmovidos por las experiencias comunitarias alimentadas con la renta
petrolera, la izquierda Disney da crédito a una fantasía de democracia
directa inspirada en el pensamiento de Rousseau que tapa el drama del rentismo,
el autoritarismo y el fracaso económico. Grandes intelectuales y
artistas del siglo XX se deslumbraron con la Unión Soviética, China y Cuba para
decepcionarse muchos en el camino, pero en nosotros gente de ideas y de palabra
abunda el sueño de influir en el cambio social y caemos en el pecado tan antiguo
como la filosofía de querer guiar a los tiranos al estilo de Platón en
Siracusa. Hoy en día se hace en nombre del “pueblo”, los “subalternos”, la
“multitud” pero, como siempre, la libertad sale expulsada cual los poetas en la
república platónica y es preciso conformarse con alguna comida tres veces al
día, una beca miserable o una educación de quinta categoría: en suma, con un
superestado que reparte migajas de renta. Como dijo nuestro joven ministro de
educación Héctor Rodríguez (declaración disponible en YouTube): “No los convertiremos en
clase media para que se metan a escuálidos” (opositores). No sigue la revolución
el ejemplo de buenas políticas públicas de Mujica, Rousseff y Bachelet cuyos
intereses y formación -hay que decirlo- los llevan a alcahuetear a la
revolución bolivariana en nombre de sus seguidores radicales, los intereses
económicos de sus países o el antinorteamericanismo militante que hace tolerable
dictaduras como la cubana pero no como la de Pinochet en Chile, doble rasero
inaceptable que ningún verdadero demócrata puede prohijar.
Para terminar, y como diría el filósofo brasileño Roberto Mangabeira Unger
en La alternativa de la izquierda, la voluntad de cambio requiere
de una opción realista que dé rienda suelta todas las potencialidades
liberadoras existentes en el mundo en el marco de una economía mundial de
mercado. El capitalismo no es un sistema homogéneo que se manifiesta del mismo
modo en todo el planeta: Suecia, Angola, Estados Unidos y China son muy
distintos. El socialismo, si seguimos usando una palabra tan desprestigiada por
los hechos pero tan esperanzadora, no puede ser una máquina de beneficencia
pública como en Venezuela, en donde a cambio de subsidios se exige el
sometimiento clientelar. Es preciso decirle adiós al neoestalinismo y adiós a la
izquierda Disney que se apropian de la voluntad de cambio para convertirnos en
esclavos de abstracciones que se suministran desde el prestigio de sus cátedras
universitarias. El gran enemigo de esta izquierda autoritaria es la herencia del
liberalismo político: pluralismo, derechos humanos, creatividad individual,
diversas visiones del bien común. Nuestro deber como gente de estudio y
escritura es ayudar a plantear la reinvención de la democracia y hacer de la
libertad la fuerza del cambio, no retroceder al desvencijado archivo del
estatismo filantrópico del reparto de la pobreza ni conformarnos con una
socialdemocracia burocrática y apocada. Venezuela no requiere un bloque
hegemónico que persuada a la población no convencida de las virtudes de la
revolución. No. Requiere de un proyecto capaz de sacar al país adelante,
respetar a las minorías, superar el rentismo y asumir el reto de que las
políticas de estado colaboren para que las capacidades de la gente le permitan
asumir las riendas de su vida personal en función de una mejor existencia
colectiva. En esto estamos y seguiremos pues así la revolución bolivariana sea
un despotismo elegido sustentado en victorias electorales (cada vez más dudosas
y relacionadas con un descarado ventajismo), los venezolanos no chavistas
tenemos derecho a existir y a estar representados en el gobierno. Invito pues a
los colegas de la academia internacional que aún no han reparado en los graves
errores de la revolución no a dejar de apoyarla sino a mirar con mayor realismo
al sector opositor y no contentarse con las patrañas de la propaganda chavista
tan bien aceitada con los recursos de todos y cada uno de los hombres y mujeres
de Venezuela.